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Cómo estar en desacuerdo de una forma saludable

Una guía de En Contacto para una mejor salud espiritual

Michelle Van Loon and Personal de Ministerios En Contacto 26 de noviembre de 2023

¿No sería genial si cada situación social desconcertante viniera acompañada de una señal de tránsito que guiara nuestras respuestas? Un semáforo en rojo nos diría que guardáramos silencio. Una luz verde significaría “ahora es el momento de decir lo que piensas”. Y una luz amarilla indicaría que debemos proceder con cautela. Siempre sabría cuándo ocuparse de sus asuntos, cuándo alzar la voz y cuándo intervenir con sumo cuidado en una conversación.

Ilustración por Joao Fazenda

Imagínese lo útil que sería disponer de una norma clara sobre qué hacer en situaciones como estas:

  • Está en una reunión familiar y la tía Edna comienza a opinar en voz alta sobre política. Usted se da cuenta de que esas opiniones están incomodando a algunos y siente que la reunión familiar está a punto de convertirse en una división familiar. ¿Interviene y trata de redirigir a la parienta a un tema diferente o espera que la conversación se desvíe a otra parte por sí sola?

  • Un compañero de trabajo hace comentarios sugerentes a una atractiva joven que hace poco comenzó a trabajar en su oficina. ¿Le dice que eso no está bien? ¿Habla con ella para saber si le molesta? ¿Habla con el departamento de Recursos Humanos?

  • Su pastor asistente hace un comentario racista un par de veces en una conversación informal. ¿Se queda callado y ora para que alguien le diga algo a él? ¿Lo lleva aparte y le dice con amabilidad que eso no estuvo bien?

Cada una de estas situaciones tiene variables que pueden influir en si debe hablar, cuándo y cómo. ¿Cuál es su historia con la tía Edna? ¿Tiene usted una buena relación con su compañero de trabajo? ¿Siente que puede señalar un punto débil moral a alguien que ve como un líder espiritual? Muchas situaciones tensas ni son fáciles de manejar, ni vienen con señales fáciles de leer que sirvan de ayuda.

En lugar de un semáforo moral, hemos elaborado esta guía para ayudarle a manejar los desacuerdos. Nuestro objetivo no es recetarle una solución, sino ayudarle a conocerse mejor a sí mismo para que pueda tomar decisiones más acertadas y seguras en los conflictos. He aquí algunos principios útiles que pueden guiarle en su próxima encrucijada relacional:

El conflicto en sí no es pecado. Es parte de la condición humana.

En la iglesia, exaltamos los valores bíblicos de unidad y armonía, por lo que podemos sentirnos tentados a ver el conflicto como algo pecaminoso. Si bien es cierto que el conflicto puede llevar a cometer actos indebidos de todo tipo, evitarlo también puede crear problemas. Algunos intentan minimizar la incomodidad ignorando el desacuerdo; otros pueden espiritualizar demasiado la situación con frases como: “Confiemos en que Dios resolverá esto” o “Ah, bueno, todo sucede por una razón”. Pero eso solo sirve para llevar a ocultar el conflicto, donde puede ulcerarse por la vergüenza y el silencio. La fricción no se disipa solo porque deseemos que eso suceda. 

De principio a fin, las Sagradas Escrituras hablan de conflictos entre los humanos, desde Caín y Abel (Génesis 4) hasta los últimos acontecimientos de nuestra historia terrenal, cuando Dios promete enjugar cada lágrima de los ojos de sus hijos (Apocalipsis 21.3, 4). Hasta que llegue ese día, no hay forma de evitar el conflicto. Todos somos imperfectos y estamos hechos de forma diferente, por lo que el desacuerdo es una parte natural de la vida. 

  • Las personas a menudo sienten vergüenza de tener que lidiar con el conflicto, como si fuera una acusación contra el carácter de otros. ¿Cree usted que eso debería ser evitable? ¿Hasta qué punto?

  • ¿Cómo cree que cambiaría su perspectiva sobre el desacuerdo si lo considerara más bien como una manera de resolver problemas?

Lo crea o no, el conflicto es bueno.

En las interacciones sanas y respetuosas, el desacuerdo sirve como herramienta de depuración, ayudándonos a convertirnos en lo que Dios tuvo en mente al crearnos. De hecho, podemos ver que una fe madura a menudo se forja en el crisol de las relaciones problemáticas. Gálatas 2.11-14 describe el conflicto de Pablo con Pedro. Pablo decidió cuestionar en público la hipocresía de Pedro. Toda la iglesia se benefició de la enseñanza que aclaró las cuestiones en el centro del desacuerdo, y también aprendieron los valores del reino del ejemplo de cómo estos dos líderes resolvieron sus diferencias.

Si usted no está seguro de cómo un desacuerdo puede ser saludable, aquí tiene algunas pistas. A lo largo de la conversación, las personas suelen:

  • Utilizar una voz calmada y uniforme.

  • Hacerse preguntas bien pensadas unas a otras.

  • Tomarse su tiempo.

  • Sentirse seguras.

  • Aprender algo sobre sí mismas y las demás.

Su temperamento es importante.

Dios ha hecho que algunos de nosotros seamos almas tranquilas y sensibles. A otros les ha dado una personalidad atrevida y audaz. Las personas tranquilas se sienten más cómodas ocupándose de sus propios asuntos. Las personas audaces no dudan en hablar en una situación delicada. La manera de ser de usted determinará si se ocupará o no de sus propios asuntos.

  • Imagínese que enfrenta la tarea de confrontar a alguien. ¿Se le revuelve el estómago? ¿Sus venas palpitan con energía? ¿Se paraliza?

  • Ahora imagínese una situación en la que no confronta a la otra persona. ¿Se siente en paz? ¿A punto de explotar? ¿O en un punto intermedio?

No importa en cuál dirección se incline en el conflicto, su inclinación natural viene con la fuerza dada por Dios. En última instancia, el mundo necesita pacificadores y personas que impacten al mundo, y a todos los que estén en el medio; es por eso que el Señor no hizo a dos personas iguales. Es comparable a la forma en la que Pablo describe los dones espirituales: “Hay distintas clases de dones espirituales, pero el mismo Espíritu es la fuente de todos ellos. Hay distintas formas de servir, pero todos servimos al mismo Señor. Dios trabaja de maneras diferentes, pero es el mismo Dios quien hace la obra en todos nosotros. A cada uno de nosotros se nos da un don espiritual para que nos ayudemos mutuamente” (1 Corintios 12.4-7, énfasis añadido). 

  • ¿De qué manera ha sido beneficiosa su manera de ser en un desacuerdo? Al mismo tiempo, su temperamento no es una guía infalible para hacer lo correcto. Por ejemplo, no hay ningún escape para quienes son tímidos y retraídos en un mandato claro como el que se encuentra en Levítico 5.1 (NBV): “Cualquiera que se niegue a testificar acerca de un delito del cual es testigo, ya sea porque vio o escuchó, es culpable de complicidad, y deberá pagar por ello.”. Aquí, los israelitas eran llamados a intervenir cuando estaba en juego la justicia para otra persona, sin perjuicio de su temperamento natural. De la misma manera, nuestra zona de confort personal no siempre debe determinar si nos ocupamos de nuestros propios asuntos o no.

  • Piense en un desacuerdo en el que usted respondió en contra de su inclinación natural. ¿Cómo cree que lo manejó? ¿Cómo se sintió? ¿Se arrepiente de algo?

Su historia es importante.

Lo que hemos vivido también influye en cómo reaccionemos al conflicto. Por ejemplo, si usted fue acosado en la escuela, es posible que más tarde rehúya a las personas dominantes en el trabajo. O si creció escuchando a sus padres gritarse el uno al otro, es posible que levante la voz cuando intente resolver un problema. Es importante reflexionar sobre las experiencias que nos han marcado, no para sentir autocompasión, sino para crear conciencia. Una vez que somos conscientes de nuestra historia y de cómo influye en nuestro presente, podemos salir más rápido de ella y responder a la situación que tenemos frente a nosotros. Tómese un momento para reflexionar en lo que sigue: 

  • ¿Cómo abordaban un desacuerdo los adultos con quienes usted se relacionaba? 

  • ¿Hay algún tema que considere sensible, que desencadene una reacción automática de su parte?

  • ¿Cuáles son algunas buenas técnicas de resolución de conflictos que ha aprendido de sus relaciones en el pasado? ¿Cuáles son algunas no buenas?

La historia de los demás es importante.

Al igual que usted, las personas con las que no está de acuerdo tienen una sólida historia personal que influye en su manera de abordar los conflictos.

  • Tómese un momento para identificar lo que es llamado la ubicación social de los demás: género, grupo étnico, clase social, edad, capacidad física, religión y ubicación geográfica. Por ejemplo, si se encuentra en desacuerdo con un compañero de trabajo ya mayor, ¿cómo podría la perspectiva de la jubilación influir en esa persona en cuanto a su manera de ver la situación? O si tiene problemas con un compañero que hace trabajo voluntario en la iglesia, ¿cómo puede influir el estatus socioeconómico de esa persona en su capacidad para asistir? 

  • ¿Sabe algo de los antecedentes familiares o de la vida actual en el hogar de esta persona?

  • ¿Qué ha experimentado esta persona hoy? ¿Cuál es su estado mental, emocional y físico actual? 

Tardos para reaccionar.

Santiago ofrece una guía sobre cómo debe ser el manejo del conflicto por todos nosotros: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, [y] tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1.19, 20, énfasis añadido) Si somos reactivos, somos mucho más propensos a decir algo incorrecto o a elegir el silencio en vez de un planteamiento estratégico. Benjamín Franklin hizo esta observación, que se hace eco de la del apóstol Santiago: “Recuerda que no basta con decir una cosa correcta en el lugar correcto, es mejor todavía pensar en no decir algo incorrecto en un momento tentador”. 

Entonces, ¿cómo podemos aplicar las palabras de Santiago en el momento? He aquí algunas sugerencias:

  • Pronto para oír. Repita a la persona las palabras que ella dijo: “Así que usted está diciendo...”. Esto hace dos cosas: Le anima a usted a escuchar de verdad (en lugar de pensar en lo que usted va a decir a continuación), y da a la otra persona la oportunidad de confirmar que está siendo escuchada y comprendida. 

  • Tardo para hablar. Aléjese de ese espacio físico y haga otra cosa, ya sea durante 15 minutos o un par de días; dar vueltas al asunto en su dormitorio o en su oficina no sirve de nada. Involucre su mente en otra cosa para que deje de rumiar. En otras palabras, busque “aire fresco” mental. Lave el auto, encárguese de ese asunto que lleva tiempo queriendo hacer, haga una oración, ayude a su hija con sus tareas de la escuela, escuche un podcast. (Asegúrese de comunicar a todos los implicados que necesita un poco de tiempo, y hágales saber cuándo piensa hablar del desacuerdo). 

  • Tardo para airarse. Santiago escogió con cuidado sus palabras. No dice que no debemos airarnos en absoluto. (No hay nada malo en experimentar enojo, o cualquier otra emoción, en realidad. Los sentimientos son parte de la existencia humana, y el Señor Jesús también sintió ira justa.) Santiago recomienda ser tardo para airarse. En otras palabras, actúe con la diligencia debida: Tenga curiosidad por conocer la otra parte y su situación. Pregúntese si pudo haber malinterpretado algo de lo que se dijo. Haga un repaso para aclarar cualquier pregunta o confusión. Revise su propia historia personal, y también la de la otra parte (lo que ya hemos mencionado en secciones anteriores), y vea qué compasión y entendimiento puede encontrar.

A la única persona que usted puede controlar es a usted mismo.

Fíjese en que todos los consejos de esta guía comienzan por usted, aunque el conflicto involucre al menos a dos partes. Eso es porque solo tenemos control sobre nosotros mismos. No podemos manejar las reacciones o emociones que otras personas experimentan en un desacuerdo. Un conflicto saludable comienza por nosotros.

Sin embargo, podemos inspirar a otros a seguir nuestro ejemplo. Observe lo que sucede cuando responde con un tono tranquilo y amable a las palabras severas y en voz alta de una persona. Vea cómo reacciona alguien cuando usted reconoce sus preocupaciones. Las respuestas positivas y maduras en los conflictos tienden a ser contagiosas, y muchas personas responderán de la misma manera.

Invite a Dios a la situación.

Note que el conocido versículo escrito por Santiago termina señalando lo que debe motivarnos a la acción: obrar la justicia de Dios. No importa cuál sea el asunto que estemos debatiendo, deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es la mejor manera de proclamar la justicia de Dios en una situación injusta?

No tenga miedo de invitar al Señor a participar en el conflicto. Tomarse un segundo para respirar mientras ora por su ayuda puede transformar su reacción en una respuesta sabia. Ya sea diciendo sin demora “Señor, ayúdame” antes de una confrontación o dándole gracias al final por la solución, no hay ninguna manera incorrecta de dar la bienvenida a Dios a sus problemas. 

Proverbios 18.21 nos dice que nuestras palabras tienen poder de vida y muerte. (De hecho, también lo tiene nuestro silencio guiado por el Espíritu.) Cuando busquemos al Señor en el calor y el desorden del conflicto, Él nos mostrará cuándo y cómo ocuparnos de nuestros asuntos de manera que le glorifiquemos, porque también es asunto suyo.

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