Todos tenemos preguntas y esperanzas sobre el futuro, pero si no tenemos cuidado, ellas pueden convertirse en problemas que nos consumen. Por ejemplo, a menudo oigo a personas preocuparse por cómo estará la economía dentro de cinco o diez años, y si sus inversiones darán resultado. También he conocido a estudiantes de primer y segundo año de la universidad que expresaban su temor a que no hubiera empleo para ellos cuando terminaran sus estudios de posgrado... Solo Dios sabe lo que ocurrirá en el futuro o qué giros tomarán nuestros caminos. Por eso Santiago 4.13-15 amonesta: ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” … Puede que usted y yo no sepamos lo que nos depara el futuro, pero nuestro amoroso Padre celestial sí lo sabe. Y no hay nadie que pueda guiarnos con más ternura, sabiduría y efectividad hacia el mañana.
—Charles F. Stanley

A mi esposa le gusta bromear diciendo que ella hablaba sin parar durante nuestro primer año de matrimonio. Me contaba cada recuerdo, cada historia que podía recordar de su vida desde su nacimiento. Yo, en cambio, no tenía tanto que contar; nunca he sido de los que se quedan en los recuerdos y, como resultado, muchos se han desvanecido en la bruma del tiempo transcurrido. El pasado tiene poca influencia sobre mi vida consciente, es lo mejor que puedo decir; es el futuro el que ha preocupado mi visión.
Soy el tipo de persona sobre la cual el salmista escribió no debíamos convertirnos: la que está siempre luchando, a menudo olvidando que Dios es Dios (Salmo 46.10), preocupada con demasiada frecuencia por el avance de reinos terrenales menores, y no menos importante por el mío —un reino dibujado en la niebla a kilómetros de donde estoy. Un palacio de mala calidad que, por lo que sé, será poco más que un espejismo. Esta es la cuestión: entiendo que el momento presente es lo único que existe en el ahora, el pasado ya se ha ido y el futuro aún no ha llegado. Sin embargo, la tentación es poderosa; podemos ser criaturas limitadas, pero sin duda tenemos el poder para crear nuestros mañanas.
“Solo Dios sabe lo que ocurrirá en el futuro o qué giros tomarán nuestros caminos”.
La perspectiva es a la vez estimulante y aterradora; sí, Dios nos concede la libertad de moldear el futuro. En realidad, es una simple causa y efecto: Si hago “X” hoy, entonces mañana (incluso un mañana de meses o años a partir de ahora) “Y” se vuelve más probable. Y cuando dedico más tiempo y energía a una posibilidad, las probabilidades de que se produzca aumentan. Por supuesto, solo soy capaz de ver y conocer un número limitado de cosas, pero con la fortaleza (o terquedad) suficiente, podría llegar con exactitud al lugar que imagino e incluso anhelo. Desde luego, eso no significa que todo eso vaya a ser bueno para mí.
Hasta donde sé, tenemos dos opciones de cómo proceder; podemos diseñar nuestros mañanas de acuerdo con nuestros propios deseos y temores, sin ninguna promesa de que nada de ello se cumplirá o perdurará. O podemos participar en nuestro propio devenir, colaborando con Cristo mientras Él crea nuestro futuro un día a la vez, un futuro que durará y será gratificante más allá de nuestros pensamientos más fantásticos. Podemos elegir quedarnos en la pequeñez de nuestras capacidades finitas, o podemos crecer en la libertad que Dios nos ha dado, perfeccionándola de la misma manera en la que un pintor se da cuenta de su talento al dominar tanto los materiales como las técnicas, una pintura a la vez. La forma más directa de decir esto, es que podemos crear el mañana a nuestra propia imagen perecedera, o podemos crear un futuro que durará hasta la eternidad. Hacemos esto último al permitir que el Señor nos guíe y nos enseñe cómo cumplir sus intenciones para nuestra vida.
Podemos participar en nuestro propio devenir, colaborando con Cristo mientras Él crea nuestro futuro un día a la vez, un futuro que durará y será gratificante más allá de nuestros pensamientos más fantásticos.
“En el amor no hay temor”, dice 1 Juan 4.18, “sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no se ha perfeccionado en el amor”. Pase lo que pase, elija lo que elija, con Dios nada se desperdicia. En el misterio de su gracia, incluso los pasos en falso pueden convertirse en partes cruciales de nuestra transformación a su semejanza.
“No temáis”, dijo el Señor Jesús a los discípulos, que eran golpeados por el viento y las olas (Mateo 14.22-37). Y esas palabras resuenan en las profundidades de mi propio corazón turbulento. Si levantamos la vista de nuestras preocupaciones y luchas, le veremos a Él de pie entre las olas. Oiremos su voz llamándonos, más allá de toda probabilidad, a salir y caminar sobre las aguas.