Saltar al contenido principal
Artículo Destacado

Cuando la iglesia dejó de sentirse como un hogar

Mi familia espiritual era todo lo que siempre quise, hasta que ya no lo fue.

Michael Morgan 20 de noviembre de 2023

Uno no se va de una iglesia porque esté creciendo allí. Y después de trece años, es menos fácil irse. Pero ¿qué hacer cuando el lugar al que uno ha llamado su casa ya no se siente como tal? Cuando me mudé por primera vez a la ciudad y me instalé en un apartamento que daba al aparcamiento de un centro comercial vacío, me sentía aislado. Pero mi antigua iglesia me ancló pronto. La fe con la que crecí echó raíces allí de maneras nuevas. Hice mis primeros amigos adultos, contribuí con mi primer plato a una comida comunitaria, y sentía una profunda calidez en las reuniones de los domingos por la noche en casa de amigos después del servicio. Encontré un hogar, tanto por el lugar como por su gente. Me encantó ser miembro. Después pasé a ser parte del personal de la iglesia.

Ilustración por Hokyoung Kim

***

Echando una mirada en retrospectiva, el tiempo que pasé siendo parte del personal tuvo un alto precio. Por trabajar de martes a domingo, perdí poco a poco el contacto con las personas que me habían nutrido en aquellos primeros días. En cambio, me relacioné con otros miembros del personal. Me pasaba el día rodeado de gente a la que admiraba mientras ayudaba a preparar los sermones y escribía un devocional semanal para la iglesia. Algo muy emocionante para un joven que buscaba su lugar. Pero a la vez peligroso para un chico ingenuo que no era consciente de que necesitaba límites.

Hace poco, estaba mirando viejas fotografías de aquella época y encontré una de mi esposa y yo dos meses después de habernos casado. Estábamos de pie bajo el fresco sol otoñal, sosteniendo calabazas, un sábado inusual juntos, ya que yo trabajaba de 20 a 30 horas cada fin de semana. El dolor me invadió al mirar a dos personas jóvenes y felices. Vernos solo por las noches de lunes a viernes y por un tiempo breve los domingos por la tarde no era la manera ideal de comenzar la vida matrimonial. 

Se puede poner pausa en las amistades (aunque yo no lo recomendaría). Pero no se puede hacer una pausa en el matrimonio. Después de dos años de elegir entre mi flamante esposa y mi trabajo, renuncié. Y, de repente, mis relaciones con otros miembros del personal desaparecieron, al igual que habían desaparecido antes las que mantenía con mis amigos. La vida nos había llevado en una nueva dirección. Un día nos dimos cuenta de que estábamos solos.

***

Nuestra asistencia a la iglesia se volvió esporádica el verano anterior antes de que comenzáramos a visitar otras iglesias. Para ser francos, nos habría venido bien que alguien nos hubiese contactado, preguntándonos dónde habíamos estado. No me esperaba que nadie lo hiciera. Despertar al hecho de que mi familia se había desconectado del cuerpo de Cristo fue un shock. Habíamos caído en el olvido.

Para entonces, la iglesia había crecido de forma exponencial, por lo que había muchos más rostros desconocidos que reconocidos. Podíamos sentarnos durante todo el servicio e irnos, a menudo sin hablar con nadie, ni nadie que nos hablara. No me parecía bien asistir a un servicio dominical como se asiste a un partido de beisbol.

En una iglesia grande, se supone que los grupos pequeños deberían cerrar la brecha que hay entre la adoración congregacional y la vida diaria. Probamos con tres de esos grupos. Los dos primeros se fueron desintegrando y disolviendo poco a poco, pero el tercero parecía ser el definitivo. Entonces algunos comenzaron a planear una escapada de fin de semana, excluyendo de manera intencional a una familia, una a la que mi esposa había invitado. Y allí terminó nuestra relación con la iglesia. 

La decisión de dejar nuestra iglesia llegó al final de una larga temporada, casi diez años de soportar y esperar que encontráramos un camino a seguir. Nos dolió irnos y, con toda franqueza, estuvo bien que lo hiciéramos. Nos fuimos como miembros con un buen testimonio, que echaríamos de menos a los buenos pastores y a las personas sanas en espíritu y bien arraigadas que se quedaron allí. Nuestra decisión no fue una acusación ni una crítica a la iglesia, ni mucho menos. Sin embargo, nos marchamos como una familia que ya no se sentía como en casa.

***

Visitando una iglesia prospectiva un domingo, mi esposa y yo íbamos caminando con nuestros hijos cuando un par de gemelos llegaron corriendo. Eran compañeros de clase de mi hijo mayor y estaban en realidad emocionados de ver a su amigo de la escuela en la iglesia. No podría haber pedido un comité de bienvenida mejor. Mi esposa y yo pensamos: “Este puede ser tal vez nuestro nuevo hogar”.

Un mes más tarde, estábamos sentados en el salón comunitario de la iglesia en la cena anual de Navidad. El salón estaba lleno de mesas, y las mesas llenas de platos vacíos a medida que la comida se terminaba. Alguien tomó un micrófono y pidió a todos los niños del coro que pasaran al frente. Nuestro hijo mayor estaba sentado en una mesa con algunos niños de su edad y me miró para que le asegurara que no tenía que subir. Pero, para mi total asombro, mi hijo pequeño, que tenía entonces apenas 4 años, se levantó de la mesa. Recuerdo que lo miré mientras se alejaba de nosotros, y le dije algo así como: “Oye, amigo, ¿estás seguro? Está bien si quieres quedarte con mamá y conmigo”. Pero no, subió y encontró un sitio en las gradas. No cantó mucho, ya que no se sabía ninguno de los villancicos. Pero se unió como si fuera parte del grupo.

Es difícil expresar mi gratitud por la rapidez con la que nuestra nueva iglesia nos acogió y nos atrajo. Al principio, eso fue casi desconcertante. Pero luego encontramos un grupo pequeño, y mi esposa y yo a menudo nos maravillábamos de cómo una tarde con esas personas podía transformar por completo un domingo de tedio y melancolía. Hemos vuelto a aprender cómo ser conocidos y estar en las oraciones de otros, incluso en nuestras horas más vulnerables. Hemos vuelto a aprender la belleza de confesar nuestra propia oscuridad (Salmos 32). Incluso hemos recibido ese mensaje cuando unas semanas y fines de semana agitados nos han mantenido alejados los domingos. “Solo queríamos saber cómo están. ¿Están bien?” Respondo a esos mensajes con un poco de vergüenza, pero agradecido de que alguien me haya preguntado. Agradecido de que ellos y otros nos sigan preguntando.

Más Artículos