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Dejemos que la Biblia hable por sí misma

Cuando damos por sentado menos sobre las Sagradas Escrituras, aprendemos más sobre Dios.

Kayla Yiu 21 de diciembre de 2022

¿Sabía usted que la Biblia no menciona ningún animal en la escena del pesebre? Aunque la idea es plausible dado el contexto cultural de la época, la Palabra de Dios no dice ni lo uno ni lo otro, y los pesebres que ponemos en Navidad son mera especulación. Hay muchas cosas que, sin saberlo, incorporamos a la Sagrada Escritura, como esas supuestas ovejas y esos camellos. Es algo muy propio de la naturaleza humana incluirnos a nosotros mismos y a nuestras experiencias, junto con lo que podríamos saber de la historia, en todo lo que leemos, incluida la Biblia. Por ejemplo, al joven rico: en todas las versiones de la parábola él se aleja afligido, por lo que podríamos suponer que eligió quedarse con todas sus posesiones. Pero el texto nunca dice que se haya quedado con sus riquezas, ni tampoco que las regaló. Como no podemos confirmar una u otra cosa, debemos leer la historia imaginando ambos resultados y sus implicaciones.

Ilustración por Adam Cruft

Consideremos a la mujer junto al pozo, en Juan 4. El texto nos dice que el Señor Jesús se encontró con una mujer que sacaba agua de un pozo en Samaria. En su conversación, Él le dice: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4.18). Es fácil interpretar la declaración del Señor como una acusación o un juicio, en vez de un reconocimiento de los hechos. Y no se necesita mucho para que nuestras mentes comiencen a rellenar los huecos. Si la mujer está viviendo en ese momento con un hombre que no es su marido, podríamos razonar, entonces sus cinco matrimonios deben haber terminado debido a un comportamiento pecaminoso. ¿Cómo, de otra manera, puede una mujer pasar por cinco maridos? Pero ¿y si dejáramos de hacer juicio y leyéramos Juan 4 de nuevo? En vez de asumir la promiscuidad, consideremos la posibilidad de que la historia de la mujer sea mucho más compleja de lo que suponíamos en un inicio.

Una mirada a la historia ayuda aquí: en la época en que vivía la samaritana, una boda no era el comienzo de una historia de amor, sino un acuerdo económico, una transferencia de propiedad, en especial de mujeres y su dote para el matrimonio. Y el divorcio era muy parecido. Si un marido quería divorciarse de su mujer por cualquier motivo, podía hacerlo, con pocas o ninguna consecuencia. La mujer, en cambio, no podía divorciarse de su marido; solo podía pedirlo (lo que era raro, dado el riesgo económico), y la decisión dependía, en última instancia, de él. En definitiva, era mucho más común que una esposa se volviera soltera por la muerte de su marido que por el divorcio. 

Pero ¿y si dejáramos de hacer juicio y leyéramos Juan 4 de nuevo? En vez de asumir la promiscuidad, consideremos la posibilidad de que la historia de la mujer sea mucho más compleja de lo que suponíamos en un inicio.

Con la importante diferencia de edad entre los hombres mayores y sus esposas adolescentes, además de una esperanza de vida más corta, la muerte de los maridos solía dejar a las viudas en busca de estabilidad económica. Vemos que esto ocurre una y otra vez a lo largo de las Sagradas Escrituras, con Tamar (Génesis 38.1-19), Noemí, Rut y Orfa (Rut 1.1-5). Además, si como sucedía con algunos samaritanos, la familia de la mujer practicaba una versión del matrimonio de levirato, como viuda se le habría requerido que se casara con un pariente masculino cercano. Y si esos parientes eran cercanos en edad, sus muertes podrían trasladar a la viuda de un hombre de la familia a otro.

Las complejidades se multiplican cuanto más profundizamos. Por ejemplo, en la antigua Roma y sus provincias, la cohabitación era una fuente de protección y seguridad para muchas, en especial para personas como los esclavos, a quienes no se les permitía el matrimonio legal. Stephanie Coontz señala en su libro Marriage: A History (El matrimonio: Una historia) que “no había licencia de matrimonio, y la diferencia moderna entre cohabitación y matrimonio era desconocida”. Además, “las intensas demandas de producción doméstica [nota del editor: o administración del hogar] en los estados antiguos en esencia obligaban a las personas a casarse para vivir juntas. Los hogares unipersonales en realidad no podían sobrevivir”.

En cuanto a la mujer samaritana junto al pozo, quizás se encontraba en una situación desesperada: sin más parientes varones elegibles, cohabitar puede haber sido la única manera de sobrevivir. Tal vez el que no era su marido no quiso casarse de manera legal con ella porque era estéril. ¿O su unión era ilegal porque él era un ciudadano romano y ella era de un rango social inferior? La verdad, no lo sabemos. Todo esto es una especulación probable, pero en muchos sentidos, la razón de la situación de vida de la mujer samaritana no importa. A fin de cuentas, cómo pecó no viene al caso. Lo que en realidad importa aquí, como con toda la Sagrada Escritura, es lo que la historia revela sobre el Señor.

Si volvemos a leer Juan 4, y admitimos la posibilidad de que la mujer del pozo se hubiera divorciado y enviudado varias veces, podríamos notar que se abre otra dimensión en el carácter del Señor. En lugar de escuchar una “acusación”, que da la impresión de que un Señor omnisciente pilla desprevenida a una pecadora con la guardia baja, encontramos a un Salvador tierno y omnisciente que ve, comprende y reconoce el dolor. Cuando el Señor Jesús menciona a los muchos maridos de la mujer, podríamos interpretar sus palabras como si dijera: “Sé que has tenido una vida problemática, difícil y llena de dolor. Entiendo por lo que has pasado”.

Lo que en realidad importa aquí, como con todas las Sagradas Escrituras, es lo que la historia revela sobre el Señor.

Ya sea por adulterio, viudez o alguna otra explicación, una cosa es segura: la mujer samaritana junto al pozo era un ser imperfecto como todos nosotros, con errores en su pasado, malos hábitos y tendencias que no la ayudaban. Y cuando el Señor Jesús, un completo desconocido, le reveló detalles íntimos de su vida, fue vista y conocida en su totalidad, dejando al descubierto todos sus días buenos y malos. Esto podría haber sido aterrador, pero en cambio la mujer “dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo? (Juan 4.28, 29). Considerada por muchos como la primera evangelista, la mujer del pozo es un ejemplo a seguir para nosotros. Que podamos estar, al igual que ella, arrepentidos, reconfortados y fortalecidos por el profundo conocimiento que el Señor tiene de nosotros.

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