Era el fin de semana del Día del Trabajador. Como profesora de inglés en un instituto de enseñanza secundaria, tenía una larga lista de cosas que hacer antes del inicio del año escolar. Pero cuando tres amigas me invitaron a un campamento, supe que la lista podía esperar: se haría, porque siempre se hacía de alguna manera. Lo que necesitaba era tiempo bajo un dosel púrpura de estrellas, un bocado o dos de “alimento” para el alma que solo el tiempo en la creación podía proporcionar.

Ilustración por Adam Cruft
Las cuatro nos dirigimos al norte desde Santa Cruz hacia el Bosque Nacional Tahoe: Seguimos por la autopista 17 hasta la 880, y luego por la Interestatal 80. Poco a poco los paisajes urbanos se convirtieron en imponentes pinos, y el aire se diluyó en nuestros pulmones. Entonces, justo cuando empezábamos a preguntarnos si en realidad estábamos en medio de la nada, vimos el marcador de la milla 18, la señal que apuntaba hacia Bowman Lake Road (Parque Nacional de los Glaciares en Montana). Después de un terreno accidentado y baches desconcertantes, acampamos sobre capas de roca gris, donde el viento azotaba los acantilados bajando hacia las frías aguas del embalse. El recuerdo por sí solo es suficiente para hacerme doler la espalda ahora, pero el resto de mí nunca olvidará lo rica que sabía nuestra comida en esa mesa de roca gris, y cómo el agua color zafiro besaba el horizonte de árboles.
El Parque Nacional de los Glaciares en Montana es un lugar al que he regresado a lo largo de los años. Es un lugar donde siempre parece que me encuentro con Dios.
Muchas personas experimentan una cercanía al Espíritu Santo con una Biblia, una pluma y un diario a su lado, pero no todos estamos conectados para encontrarnos con Dios de la misma manera. Algunos nos encontramos con Él a través de la música; otros, por medio del estudio. Para mí, siempre ha sido al pasar tiempo al aire libre, ya sea que esté caminando por el bosque con mi perro, acampando un fin de semana o haciendo jardinería en mi patio trasero; me siento más viva, conectada y en sintonía con Dios cuando me adentro en la naturaleza.
Al estar conectada de esta manera, no puedo leer la Sagrada Escritura sin ver las huellas de la creación y, luego, el cuidado de la creación. Así como “del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que en él habitan” (Salmos 24.1 LBLA), a los seres humanos se nos ordena cuidar la creación de Dios (Génesis 2.15). Si bien es cierto que muchos cristianos han abrazado el cuidado de la Tierra, un gran número no lo convierte en una prioridad o parte de su fe.
Muchas personas experimentan una cercanía al Espíritu Santo con una Biblia, una pluma y un diario a su lado, pero no todos estamos conectados para encontrarnos con Dios de la misma manera.
Criada en Oregón, me enseñaron a ser consciente del medio ambiente a través de conversaciones cotidianas en el trabajo, la escuela y nuestros vecindarios. Todas aquellas personas que apreciaban la Tierra hacían del cuidado de la creación una parte de nuestra comunidad cristiana. Reciclábamos los domingos por la mañana y salíamos al bosque los sábados por la tarde; juntos montábamos en bicicleta y hablábamos de cómo podíamos cuidar el lugar que llamábamos hogar. Ser conscientes de nuestro entorno era parte de nuestra identidad como cristianos y como habitantes del noroeste del Pacífico.
Pero no todos se conectan con Dios al aire libre, y a pocos se les ha enseñado que ser buenos administradores de la Tierra es un aspecto importante de seguir al Señor Jesús. ¿Por dónde empezamos si el cuidado de la creación no ha sido parte de nuestros valores?
El teólogo Walter Brueggemann responde a esta pregunta con un pasaje de Isaías 11: “Brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor” (Isaías 11.1,2, LBLA). En este versículo profético, la familia de Isaí se había vuelto como un tocón de árbol, “sin esperanza, aserrada, fracasada, desechada y sin perspectiva de futuro”. La imagen de un retoño que crece de un tocón debe haber sido impactante para ellos. Después de todo, los brotes son nuevos e inesperados; representan una nueva vida y crecimiento. Pero Dios llamó a esta familia en teoría desesperanzada a, como dice Brueggemann, “resurgir en el futuro para marcar la diferencia en esta ciudad compungida y envuelta en un manto de oscuridad”.
Quizá debamos empezar por replantear la pregunta: No importa de dónde haya venido usted o cuáles sean sus hábitos ahora, ¿cómo sería abrazar el cuidado de la Tierra? Al margen de lo mucho que usted se conecte con Dios en la naturaleza o de lo poco que disfrute del aire libre, ¿qué puede hacer para ayudar a proteger este regalo que se nos ha confiado? Podría ser tan simple como iniciar una conversación después de la iglesia este domingo. Nunca se sabe adónde puede llevar, tal vez incluso a dormir sobre una plancha de granito durante un fin de semana largo, con el viento soplando a través del cañón como el aliento vivificante de Dios.