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Disfrutar de la vida no es pecado

De hecho, es una manera profunda de imitar a Cristo.

Michelle Van Loon 29 de julio de 2023

Cuando mis hijos eran pequeños, veíamos Plaza Sésamo [Sesame Street] casi todos los días. Un segmento memorable del programa incluía una pequeña canción llamada “Una de estas cosas [no es como las otras]”. Mientras sonaba el jingle, los espectadores veían cuatro cosas en la pantalla. Tendríamos que adivinar cuál era diferente a las otras tres.

Ilustración por Adam Cruft

A veces, la Biblia me recuerda esa pequeña canción. Por ejemplo, ¿cuál de estos versículos no parece concordar con los otros?

  • “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16.24; Marcos 8.34; Lucas 9.23).

  • “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios? (Miqueas 6.8 LBLA).

  • “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12.25).

  • “Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol” (Eclesiastés 8.15).

Aunque el último versículo pudiera parecer contradictorio a los otros tres, estoy aprendiendo que en realidad armoniza con ellos. Si bien el autor de Eclesiastés enmarca el libro con la sobria realidad de que esta vida es tan temporal como una nube de humo, también sugiere con frecuencia que disfrutar de la bondad de la vida como un don de Dios no merma esa realidad (Eclesiastés 2.24; Eclesiastés 3.13; Eclesiastés 5.18; Eclesiastés 9.7-13). Por el contrario, la alegría mejora nuestra relación con el Padre celestial de la misma manera que la armonía mejora una melodía.

La alegría mejora nuestra relación con el Padre celestial de la misma manera que la armonía mejora una melodía.

Tengo un carácter enérgico y me inclino por los rigores de una fe disciplinada. En Mateo 7.13, 14, el Señor Jesús dijo a sus seguidores que el camino a la vida era estrecho. Entendí que esto significaba que necesitaba marchar por este camino con la seriedad de un soldado bien entrenado. No había espacio en mi pensamiento para saborear la belleza y la bondad que se encontraban a lo largo del camino. Aunque agradecía con obediencia a Dios por los regalos de cosas, tales como una agradable reunión con familiares y amigos o una comida deliciosa, para mí esas cosas eran secundarias en comparación con mi tarea principal de servir al Padre celestial.

Un estudio serio del libro de Eclesiastés y una mirada más atenta a la forma en la que el Señor Jesús se condujo a lo largo de los evangelios, a la postre cambiaron mi manera de pensar. ¿Y si disfrutar de la bondad que Dios ha regalado a mi vida pudiera glorificar al Padre de la misma manera que servir a los demás, compartir el evangelio o pasar tiempo en la adoración congregacional? Era una idea provocativa. Después de todo, ¿cómo podría yo disfrutar de mi vida si solo estuviera llevando mi cruz?

Con todo, el Señor Jesús pudo disfrutar de la bondad de su vida al pasar tiempo en comunidad con sus amigos y seguidores, y también al comer con muchas clases de personas, al celebrar bodas y al escabullirse para, a solas, estar en comunión con su Padre. No todos los momentos eran ocasión para un sermón. Los evangelios enfatizan la esencia de su vida y su mensaje, pero no dicen lo que el Señor Jesús expresó en los momentos cotidianos. Él era del todo divino y del todo humano, y esos atributos significaban que estaba presente a plenitud mientras comía un bocado de pescado asado un miércoles por la tarde, disfrutando de su sabor con una profunda alegría que era una expresión de alabanza como lo es un hermoso himno.

¿Y si disfrutar de la bondad que Dios ha regalado a mi vida pudiera glorificar al Padre de la misma manera que servir a los demás?

Ser como el Señor Jesús significaba estar presente, sin reservas, en los momentos cotidianos de mi propia vida. Mientras practicaba esto, utilizando mis cinco sentidos para tocar los pétalos de una flor, oler el aroma del agua salada en la playa, notar las cálidas sonrisas de los amigos, escuchar el sonido de sus risas o saborear un bocado de pescado asado, descubrí que la gratitud a Dios no se sentía como algo complementario. Dar gracias había sido una vez una tarea obligatoria en mi lista de tareas para el soldado espiritual, pero cuanto más aprendía a disfrutar de lo que el Padre había puesto en mi vida, glorificarle como el dador de todos los buenos dones era algo que podía hacer con mayor libertad y facilidad (Santiago 1.17).

En otras palabras, la pregunta: “¿Qué versículo es diferente de los otros tres? no capta lo esencial. La verdadera pregunta es: ¿Cómo debemos glorificar a Dios con nuestra vida? Y resulta que la respuesta es “con todo lo anterior”.

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