Cada mes pedimos a dos escritores que reflexionen sobre una cita del Dr. Stanley. En diciembre, Kayla Yiu y John VandenOever hablan de la fuerte tentación de la humanidad, al parecer universal, de vivir de forma independiente de Dios, y de lo que es depender de verdad de su Espíritu. He aquí lo que el Dr. Stanley ha aprendido en cuanto a cómo descansar en el Espíritu Santo, en especial en momentos de quebrantamiento.
Nuestro crecimiento no nos mueve hacia la independencia. Ese es un patrón en el mundo natural y físico: los niños crecen para vivir sin depender de sus padres. Pero el crecimiento espiritual se caracteriza por una creciente dependencia del Señor Jesucristo. La madurez espiritual definitiva es un estado de dependencia total del Espíritu Santo para que gobierne, guíe y proteja nuestras vidas.
“El crecimiento espiritual se caracteriza por una creciente dependencia del Señor Jesucristo”.
Primera apreciación
por Kayla Yiu
La primera vez que en realidad probé la independencia fue cuando compré un automóvil. Recuerdo haber ido a los bancos, fingiendo que sabía lo que estaba haciendo y sintiéndome como si los hubiera engatusado para que me aprobaran un préstamo. Investigué diferentes marcas y modelos, sopesé lo que era importante para mí (confiabilidad y precio) frente a lo que no lo era (accesorios y funciones), y de verdad disfruté al negociar con el vendedor. Cuando al final salí del concesionario con mi nuevo coche, me sentí muy orgullosa: lo había hecho todo yo sola. Mis padres también estaban orgullosos.
Es extraño vivir en un mundo donde la independencia se considere una virtud y, al mismo tiempo, un obstáculo para los cristianos.
Es extraño vivir en un mundo donde esta clase de independencia se considere una virtud y, al mismo tiempo, un obstáculo para los cristianos. Depender del Señor es la raíz de lo que significa seguirle; sin embargo, nuestros amigos, compañeros de trabajo y familiares —cristianos o no— se quedan impresionados cuando logramos algo sin ayuda. Es lamentable que esta tendencia cultural, tan arraigada en nuestros valores e instituciones, no desaparezca; mientras estemos vivos, estaremos tentados hacia la autonomía.
Entonces, ¿cómo vivir con esta tensión entre dependencia e independencia? Pienso en mi primer auto, y si pudiera volver atrás, lo habría consultado con mis padres para que me orientaran en cuanto al préstamo: les habría preguntado qué tipo de interés debía buscar y cuáles condiciones debía evitar. También les habría pedido que me acompañaran en la prueba de manejo y que me dieran consejos sobre cómo negociar la compra. Habría dado gracias a Dios por un trabajo que me permitió ahorrar, y por terminar una carrera universitaria sin la deuda estudiantil. Eso también significaba que les daría las gracias a mis padres, cuyo objetivo de pagar mi matrícula escolar hizo eso posible, y por sus trabajos estables y su educación. De hecho, cada detalle y cada experiencia hasta que salí del concesionario con mi vehículo, fueron una demostración de mi total dependencia de otros.
Cada hilo de mi vida ha sido tejido por Él, y sea o no consciente de ello, dependo por completo de su amor y su poder.
Pablo escribió a la iglesia de Colosas que el Señor es “antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1.17), y lo mismo se aplica a mi existencia hoy. Cada hilo de mi vida ha sido tejido por Él y, sea o no consciente de ello, dependo por completo de su amor y su poder. Podemos pasar nuestros días creyendo que son obra nuestra (y mantener al Señor a distancia), o podemos hablar con Él sobre todas las formas en las que ha estado presente, y crecer en la conciencia de lo mucho que lo necesitamos. A fin de cuentas, la lucha por la dependencia no se trata de quién tenga el control, sino de qué tipo de relación queremos tener con Dios.
Segunda apreciación
por John VandenOever
Un año en la escuela primaria, nuestra tarea fue cultivar una planta de papa en un frasco de agua. Clavamos nuestras papas con palillos de dientes y las mantuvimos en equilibrio, lejos del fondo del frasco. Con el tiempo, comenzó a brotar la papa, lo que era una vista agradable. Hasta que empezó a pudrirse.

Con demasiada frecuencia he vivido como esa papa trasplantada. Solo que no soy un tubérculo, sino una rama de la verdadera vid de Cristo (Juan 15). Las Sagradas Escrituras también comparan a los creyentes con árboles que dan fruto, con hojas que no se marchitan (Salmo 1.1-3). Estas metáforas enseñan que nuestra fe debe crecer en abundancia, con una belleza que compita con toda la flora de Dios. Esto sucede cuando nuestra rama permanece unida a la vid o cuando nuestro árbol está enraizado en su suelo. De la misma manera, el cristiano debe depender siempre de Cristo para la vida y el crecimiento.
He tenido la tendencia de actuar como si la vida cristiana fuera un sistema de creencias religiosas que, una vez dominado, proporcionara un timón para navegar por el mundo.
Entonces, ¿por qué actúo a menudo como un vegetal independiente? ¿Qué me ha convencido de que puedo producir algo bueno por mi propia cuenta? He tenido la tendencia —quizás usted también— de actuar como si la vida cristiana fuera un sistema de creencias religiosas que, una vez dominado, proporcionara un timón para navegar por el mundo. Me comporto como cristiano, tratando de ser amable con los demás, generoso con las buenas causas y con un “pensamiento correcto” sobre los problemas que encuentro. En mi interior, estoy convencido de cómo debe ser la madurez, así que bien puedo seguir adelante.
Pero cuando vivo de esta manera, no veo la necesidad del poder vivificante de Cristo a través de mi unión con Él. En lugar de eso, confío en lo que he adquirido, e imagino que es suficiente para dar sentido a mis problemas y también a los del mundo.
Cuando vivo de esta manera, no veo la necesidad del poder vivificante de Cristo a través de mi unión con Él.
Si en lugar de tener sed de que Dios satisfaga nuestras necesidades, sane nuestras heridas y perdone nuestros pecados, aplicamos nuestro conocimiento a las personas y a los problemas, nuestra visión de la santidad del Señor se oscurecerá. Nos justificaremos con más libertad y juzgaremos a los demás con más fiereza. Y aceptaremos la falsa ilusión de que pensar como es debido tiene por sí solo el poder de transformar a un mundo sediento y herido.
Pablo dio este consejo a los colosenses: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias” (Colosenses 2.6, 7). Es algo sencillo y complejo a la vez.
No podemos desarrollarnos en la vida sin el alimento continuo de Dios. Para crecer debemos estar arraigados en Él, y no dando pasos de independencia. En otras palabras, nuestra más profunda satisfacción y crecimiento no se obtienen teniendo control sobre la vida cristiana, sino que son el resultado de tener siempre hambre y sed de la presencia y el poder de Cristo.