Cada mes, pedimos a dos escritores que reflexionen sobre una cita del Dr. Stanley. Para diciembre, Jamie A. Hughes y John VandenOever exploran cómo humanos imperfectos pueden vivir en la gracia y la justicia que el Señor Jesús aseguró para nosotros. He aquí un extracto del sermón del Dr. Stanley: “La respuesta de Dios a una vida vacía”:
A veces, cuando vemos a personas que son lo más inmorales que pueden ser, queremos confrontarlas al respecto y despacharlas con una reprimenda. Pero incluso cuando se trata de la mujer sorprendida en el acto mismo de adulterio, el Señor Jesús no la condenó. A lo largo de su ministerio, el Señor dijo: “No me envió Dios para condenar al mundo, sino para limpiar a quien están viviendo en el pecado”. Él dijo: “No he venido a llamar a los justos al arrepentimiento, sino a los pecadores” (Lucas 5.32).

Primera apreciación
por Jamie A. Hughes
Cada vez que leo la historia de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8.2-11), no puedo evitar sonreír al ver cómo el Señor Jesús deshace los planes de los escribas y fariseos. Traen a una mujer —una persona indefensa y muy vulnerable— y la arrojan al suelo delante del Señor. Quizás vieron eso como una doble oportunidad. En un momento en el templo, podían aplicar la ley y apedrear a la mujer por su pecado, y al mismo tiempo crear una causa judicial contra el Señor Jesús.
Pero, por supuesto, Él lleva la conversación en una dirección por completo diferente. En lugar de sumergirse en la maleza de la ley mosaica, el Señor responde a la inteligente acusación de ellos con el silencio, eligiendo en cambio escribir algo en el polvo antes de hacer su propia pregunta, una que les obliga a examinar sus propios pecados. Vinieron, con piedras en las manos y vociferando, dispuestos a imponer lo que consideraban un castigo justo, y se marcharon en un sumiso silencio. Pero no podemos cacarear con desaprobación. El Dr. Stanley señala que nosotros estamos tan ansiosos de represalias como lo estaba cualquier fariseo.
Gracias a Dios, el Señor Jesús no es como nosotros. Él no es un contador exigente que mantiene nuestras acciones buenas y malas en columnas, contabilizadas para probar un punto en el momento que entremos en la eternidad. Su amor es mucho más radical. Nos libera del pecado y de las consecuencias que conlleva, incluso de los castigos que tratamos de infligirnos a nosotros mismos y a los demás. Para Él, la condenación no es el objetivo, sino la curación y la restauración. Como escribió Gregorio de Nisa hace siglos: “Cristo es el artista que limpia con ternura toda la suciedad del pecado que desfigura el rostro humano y restaura la imagen de Dios toda su belleza”.
Para el Señor Jesús, la condenación no es el objetivo, sino la curación y la restauración.
Seguir al Señor Jesús no requiere un abultado manual, una lista complicada de lo que se debe y no se debe hacer. Todo está contenido en Mateo 22.34-40: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.
No “juzgarás” o inclusive “no sentenciarás”. Esas pesadas cargas no recaen sobre nuestros hombros. El Señor Jesús, que miró con bondad en sus ojos a la mujer sorprendida en adulterio, dirige esa misma mirada tierna a cada uno de nosotros y dice: “Amarás”.
¡Qué mandamiento tan maravilloso!
Segunda apreciación
por John VandenOever
Si su pecado se parece al pecado con el que lucho, es más fácil que me identifique con usted. Incluso eso podría alentarme y escuchar su experiencia. Pero ¿y sus luchas personales son diferentes a las mías? Es probable que me pregunte qué está pasando con su fe. Así es como muchos de nosotros vivimos día tras día.
Cuando la mujer sorprendida en adulterio fue arrojada delante del Señor Jesús para ser juzgada, Él no cayó en el juego de la comparación. Dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8.7). Su estándar era la vida de santidad, no los grados o tipos de pecado, sino la ausencia total del mismo. Si nunca hubiéramos pecado, entonces tal vez podríamos emitir juicio. Solo el Señor Jesús estaba calificado con esta condición, pero se abstuvo de condenarla.
El estándar del Señor Jesús era la vida de santidad, no los grados o tipos de pecado, sino la ausencia total del mismo
El Señor ve nuestro pecado por el dolor que nos causa a nosotros y a los demás, y está consciente de cómo se oscureció la imagen de Dios en la humanidad después de la caída. Por eso vino Él, para vencer el pecado y la muerte, reconciliarnos con el Padre celestial y restaurar su imagen en nosotros.
Pero primero debemos ver nuestra necesidad: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1.8). Es esencial que reconozcamos nuestras actitudes y acciones egoístas, y que estemos de acuerdo con la manera en que Dios define el bien y el mal en su Palabra. “Si decimos que no hemos pecado”, escribe Juan, “le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1.10).
Los santurrones no tienen a nadie que los salve. Pero la gracia infinita de Dios espera al pecador que abraza los méritos vivificantes de Cristo.