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En aguas profundas con Dios

A veces, las respuestas que buscamos no se encuentran en la costa.

Kimberly Coyle 16 de febrero de 2023

Mi tío Ted tiene un largo historial de hazañas en aguas bravas. En la actualidad, dirige excursiones de rafting y aventura en jeep en Utah, y cuando mi familia visitó Moab durante unas vacaciones de verano, nos reunimos con él para cenar. Mientras comíamos hamburguesas, estábamos hipnotizados por sus relatos de viajes de rafting, de semanas de duración, por los desfiladeros, cañones y rápidos del río Colorado. Y yo me sentí bastante satisfecha de vivir eso de manera indirecta a través de su experiencia. Sin embargo, mi esposo y nuestros hijos no lo estaban, así que Ted nos convenció para que nos uniéramos a un viaje  de rafting en el río Colorado al día siguiente. Nos sugirió que probáramos los kayaks inflables para divertirnos y “tener un poco más de acción”, y nos aseguró que el viaje sería tranquilo.

Ilustración por Adam Cruft

 

Yo tenía mis dudas después de que mi esposo me prometiera lo mismo unos días antes, cuando nos embarcamos en una terrorífica excursión en un vehículo 4x4 por las resbaladizas rocas de Hell's Revenge. Pero Ted dijo que los niveles de agua eran bajos debido a una sequía local, y que los rápidos eran bastante tranquilos. La noche anterior a nuestra excursión hubo una tormenta, así que cuando llegamos a la orilla después de un largo viaje en autobús, descubrimos que la agitación del río había llenado el agua de lodo y residuos de la tormenta. Era como flotar en leche achocolatada y espesa con palillos diminutos que se abrían paso en cada grieta de nuestros cuerpos y ropas.

Cuando llegamos al punto de salida, nos metimos por completo en el agua y arrastramos nuestras balsas hasta la orilla. Y recuerdo haber visto a una pequeña familia de ciervos de cola blanca bebiendo agua. Alertados por nuestra conversación se marcharon en retirada con sus blancas colas levantadas cuando vieron que nuestros remos atravesaban el agua. La visión de los ciervos me trajo a la mente el Salmo 23 y el remanso de aguas tranquilas que todos anhelamos, el lugar donde el salmista dice que Dios restaurará nuestra alma.

Un año después, le contaba a una mentora espiritual cómo me siento atascada en varias áreas de mi vida. Tengo pesadillas en las que me quedo clavada en el suelo en situaciones de emergencia, en las que las palabras se me atascan en la garganta, en las que me quedo parada en el lado tranquilo de un río, incapaz de entrar en la corriente.

Tengo pesadillas en las que me quedo clavada en el suelo en situaciones de emergencia, en las que las palabras se me atascan en la garganta. 

“¿Me quedaré de pie junto al agua para siempre, esperando?” le pregunté.

“¿Y si dejaras la orilla y te metes en el agua?”, respondió ella.

Pensé en nuestro viaje de rafting y recordé la timidez de los ciervos que estaban en la orilla, y la sensación de autoconservación que los hizo alejarse. Sin embargo, a pesar de mis reservas, había dicho sí a meterme en las aguas del Colorado en lugar de mirar desde un lado. Sí, las rápidas aguas de la tormenta nos mantuvieron moviéndonos a un ritmo rápido, pero hubo momentos en los que descansamos los remos sobre el kayak y flotamos más allá a tranquilos espacios de cañones que solo podían verse por completo desde nuestra estratégica posición en el agua.

Desde esa conversación, he estado vadeando en aguas profundas en oración. Y estoy descubriendo que, a medida que rechazo las narrativas, los miedos y las falsas creencias del pasado, fluye en mí una corriente de agua nueva y refrescante. Y el recuerdo de aquel viaje en balsa se ha convertido en mi motivación. Sin meternos en el agua, no podríamos experimentar la belleza oculta: una garza pescando, dos laboriosos castores crujiendo en la maleza, la gracia de aquellos ciervos que huían. No hay otra manera de experimentar todo lo que Dios tiene para nosotros. Tenemos que estar dispuestos a meternos en las corrientes, a mojarnos un poco.

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