
Desde la distancia, el Partenón parece enorme en lo alto de la Acrópolis, la ciudadela en el centro de Atenas, Grecia. Al comenzar el ascenso (por unas escaleras lo suficientemente anchas como para estacionar varios camiones de extremo a extremo), es fácil perder la perspectiva, ya que la estructura sigue elevándose más allá de la línea de visión. La caminata por la montaña es en sí misma un gran esfuerzo, pero solo al llegar a la cima uno se da cuenta de la monumental hazaña que supuso la construcción de un edificio como este, una proeza que ha resistido el paso del tiempo. Durante el día, la luz del sol se refleja a lo largo de varios kilómetros en la piedra blanca cincelada. Por la noche, la ciudad ilumina su mayor tesoro para que, a todas horas, el Partenón brille.
Cuando miré hace poco la imagen del Dr. Stanley del Partenón de noche, mi mente se dirigió a Mateo 5.14-16, donde el Señor Jesús anima a sus seguidores con estas palabras:
¨Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos¨.
La ciudad de Atenas ilumina al Partenón por la noche por una sencilla razón: porque es digno de ser visto. Y pienso en las palabras del Señor, no solo a los discípulos, sino también a nosotros: Estamos llamados a dejar que nuestra luz irradie al mundo en oscuridad.
La ciudad de Atenas ilumina al Partenón por la noche por una sencilla razón: porque es digno de ser visto. Y pienso en las palabras del Señor, no solo a los discípulos, sino también a nosotros: Estamos llamados a dejar que nuestra luz irradie al mundo en oscuridad. El Señor Jesús asocia ¨alumbrar¨ con la revelación de buenas obras, sin duda las señales externas del fruto del Espíritu. (Véase Gálatas 5.22, 23). Pero la exhortación del Señor también contiene una advertencia implícita de que podría ocurrir lo contrario si no somos sabios. Insinúa que a veces podemos sentirnos inclinados a ocultar nuestra luz, pero nos insta a no ceder a esa tentación. Así como los atenienses pueden mirar con orgullo el Partenón iluminado, los creyentes podemos mirarnos unos a otros y regocijarnos por la buena obra de Dios, en y a través de cada santo que refleja la luz de Jesús. Que esto sea cierto en nuestras vidas.