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En mi visor: Condado de Clare, Irlanda

Reflexiones acerca de las fotos de Charles F. Stanley

28 de abril de 2022

Fotografía de Charles F. Stanley

Algunos de nosotros recordamos cuando los fardos de heno eran paquetes rectangulares que punteaban el paisaje de los campos y servían como cojines en vagones tirados por caballos. Si bien esta forma todavía se puede encontrar hoy, la tecnología más reciente enrolla el heno en enormes cilindros de aspecto casi divertido que son más eficientes para fabricar y mover. Como resultado, se han convertido en una vista común en el campo.

Estoy segura de que la fotografía del Dr. Stanley de estos fardos enrollados evoca todo tipo de asociaciones agradables: viajes por carretera a través de paisajes pastoriles; un descanso del ritmo agitado de la vida; la forma en que Dios provee con abundancia tanto para el hombre como para la bestia. La imagen evoca todo eso para mí. Pero lo primero que me trajo a la mente fue una provisión divina de otro tipo: el día en que Soonie y yo nos hicimos amigas.

En 1999, cuando el trabajo de mi esposo nos reubicó en Atlanta, nos mudamos a un suburbio rural del norte, cerca de su oficina, pero lejos de la iglesia. El proceso de adaptación fue largo y solitario, ya que la mayoría de las personas que conocí vivían a una hora de distancia (una distancia desalentadora para una habitante de Rhode Island que podía cruzar todo su estado en sesenta minutos).

Imagínese mi alegría unos meses después cuando descubrí que una mujer de nuestra clase de la escuela dominical vivía a solo diez minutos de mí. Al indagar un poco, descubrí algo más en común: un interés por la pintura, aunque trabajábamos en medios diferentes. Acepté su ofrecimiento de enseñarme la técnica de la acuarela y nos pusimos de acuerdo para empezar de inmediato.

El proceso de adaptación fue largo y solitario, ya que la mayoría de las personas que conocí vivía a una hora de distancia.

Por tratarse de los días anteriores a Google Maps, Soonie me recogió para que yo pudiera aprender la ruta de regreso a su casa. Y en esos caminos rústicos fue donde empezamos a conocernos. Recuerdo que aquella mañana yo estaba un poco reservada, quizá por la falta de práctica durante todo el invierno, y quizás también por concentrarme para entender su acento coreano. No obstante, durante el breve trayecto, conseguíamos encontrar más puntos en común, como que ambas éramos madres con tres hijos adultos solteros, y que habíamos sido creyentes durante un período de tiempo similar.

Justo antes de entrar al vecindario de Soonie, pasamos por un campo repleto de fardos enrollados de heno, muy parecidos a los de la foto del Dr. Stanley. Nunca había visto unos fardos cilíndricos; tal vez Nueva Inglaterra no estaba al tanto de los últimos avances en agricultura, o tal vez esta chica de la ciudad no se había aventurado a las tierras de cultivo en la temporada correcta. Cuando mencioné lo novedoso de la vista, Soonie me dijo que ese tipo de fardo no estaría por mucho tiempo, ya que una ley reciente lo había prohibido. “¿Por qué razón?” pregunté. Y ella respondió: “Porque las vacas no reciben una comida al cuadrado”.

Su flemático humor me tomó desprevenida y rompió el hielo que quedaba. Hasta entonces, nuestra conversación había sido cálida, pero un poco seria. Menos mal que no se daba cuenta de mi nerviosismo, sino que estaba dispuesta a ser una auténtica Soonie. Me encantó descubrir su gran sentido del humor y darme cuenta de que mi soledad de recién llegada había terminado.

Durante los años siguientes pintamos mucho. Y nos reímos mucho. Y descubrimos la verdad de que “el corazón alegre constituye buen remedio”.

Durante los años siguientes pintamos mucho. Y nos reímos mucho. Y descubrimos la verdad de que “el corazón alegre constituye buen remedio (Proverbios 17.22). Pero además de solo “gozarnos con los que se gozan”, también aprendimos el valor de llorar juntas en la adversidad (Romanos 12.15). De hecho, yo estaba en la cocina de Soonie cuando se supo que aviones habían atacado el World Trade Center.

Pero, con el tiempo, los empleos y las necesidades familiares trajeron cambios, como suelen hacer esas cosas. Me mudé más cerca de Atlanta, y Soonie se fue a vivir fuera del estado, cerca de sus parientes. Ahora tenemos seis hijos casados y dieciséis nietos entre las dos, y el ajetreo de todo ello no nos permite hablar con tanta frecuencia como me gustaría. No obstante, cada vez que conseguimos hablar, la relación es cálida y nos reímos en cuestión de minutos.

Hay algo más que ha cambiado. En nuestro antiguo pueblo campestre, el paisaje de fardos enrollados de heno se ha convertido en una rareza, no debido a la legislación, sino a la expansión urbana. Con el pasar del tiempo, las granjas han dado paso a centros comerciales, restaurantes y vecindarios. Pero cada vez que veo esos rollos gigantes esparcidos por un campo, sonrío al pensar en cómo Dios alimenta con tanta generosidad a las vacas, los caballos y las almas hambrientas.

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