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En mi visor: Parque Nacional Torres del Paine, Chile

La reflexión de esta semana acerca de las fotos de Charles F. Stanley

Sandy Feit 9 de junio de 2022

Fotografía por Charles F. Stanley

¿Puede usted pensar en un momento en el que las circunstancias eran tan confusas que no estaba claro qué camino tomar? Eso nos ha sucedido a todos.

“Quieren tener una respuesta de mí hoy; sin embargo, tengo reservas en cuanto al trabajo”. 

 “Sé que no debería hacer una oferta de compra más alta, pero la casa es tan perfecta”. 

 “¿Cómo elijo entre las opciones de tratamiento que me ofrece mi médico?”

A veces, el camino a través de nuestros desafíos tiene la visibilidad de una niebla baja. Cuando eso sucede, es útil recordar que no estamos solos, defendiéndonos por nosotros mismos. Dios —el Compañero que ha prometido no abandonarnos nunca (Deuteronomio 31.6)— no solo ve a través de la niebla y la oscuridad, sino también hacia el futuro, conociendo todas las ramificaciones de cada opción posible. Y Él nos guiará cuando “no nos apoyemos en nuestro propio entendimiento” (Proverbios 3.5, 6).

Dios —el Compañero que ha prometido no abandonarnos nunca (Deuteronomio 31.6)— no solo ve a través de la niebla y la oscuridad, sino también hacia el futuro, sabiendo todas las ramificaciones de cada opción posible.

La foto del Dr. Stanley del Parque Nacional Torres del Paine, en Chile, me recordó una demostración bastante literal de este principio. La intersección de la Tierra y el cielo me lleva de vuelta al día soleado de hace quince años cuando mi familia y unos invitados de fuera del estado subimos a Stone Mountain, anticipando una gloriosa vista de Atlanta desde la cima.

A medida que nos acercábamos al punto medio y, a Dios gracias, al único refugio techado del sendero, una tormenta eléctrica ensordecedora se materializó sin previo aviso. Empapados y algo nerviosos, pudimos contemplar el espectáculo desde la relativa seguridad de esa estructura abierta. Luego, tan de repente como se había vuelto violento el tiempo, el sol y la calma regresaron.

Aunque un poco más cautelosos que al principio, asumimos que la amenaza había desaparecido y continuamos nuestro ascenso. Pero era uno de esos días que parecen tener todo el clima de una semana en cuestión de horas. De nuevo se formaron nubes cerca, esta vez largas y distintas, similares a las de la foto, solo que verticales en lugar de horizontales. Como compañeras de excursión, ellas también ascendieron por la empinada pendiente, envolviendo de vez en cuando por la niebla a nuestro pequeño grupo. (¿Sabía usted que la desorientación es un efectivo estímulo para la oración?) Pero llegamos al final del sendero, justo cuando los “dedos” de las nubes se extendían por encima y comenzaban a juntarse entre sí.

Dicen que en un día despejado se puede ver 96 kilómetros desde donde estábamos parados. Pero nosotros apenas podíamos ver 18 metros. Así que, sin demorarnos, nos regresamos, con la esperanza de que todavía hubiera puntos sin niebla y con visibilidad ocasional.

Cada vez que nos envolvía una nube, tenía una sensación inicial de aislamiento cuando los demás desaparecían de la vista. Pero la paz regresaba al darme cuenta de que estaba con “el [Dios] que me ve”. 

El descenso resultó ser más desafiante que la subida, debido al sendero húmedo y a la niebla (además, como advierte la sabiduría convencional, nadie encuentra peldaños para bajar de una montaña). Cada vez que nos envolvía una nube, tenía una sensación inicial de aislamiento cuando los demás desaparecían de la vista. Pero la paz regresaba al darme cuenta de que estaba con “el [Dios] que me ve” (Génesis 16.13).

Después de un descenso un poco más largo de lo habitual, llegamos al estacionamiento, contentos de empezar a disfrutar de nuestra aventura en retrospectiva y a hablar de lo sucedido. Resulta que yo no había sido la única persona que oraba mientras bajaba de la montaña. También teníamos algo más en común: la gratitud por una caminata mucho más memorable que si la vista hubiera sido perfecta, y por una historia de “suspenso” que volveríamos a contar a lo largo de los años. Pero, sobre todo, estábamos agradecidos por Aquél que está acostumbrado a aparecer en una nube (Éxodo 13.21) y a guiar a sus hijos a un lugar seguro.

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