Durante los primeros seis años que viví en Nueva Jersey, no sabía que Natirar existía. Este bucólico parque de 500 acres cerca de mi casa, que una vez fue una residencia privada, fue vendido al condado. Esa compra puso los terrenos a disposición del público para hacer caminatas, picnics, pescar y animar a los corredores en las reuniones de campo de la escuela secundaria.

Ilustración por Adam Cruft
Hace poco, una amiga y yo nos reunimos en Natirar y descubrimos un aparcamiento lleno de caminantes, corredores y excursionistas. Mientras caminábamos, Micha mencionó que acababa de regresar de pasar un fin de semana en la granja recién comprada de una amiga. Esta mujer y su esposo se mudaron de otro estado para cuidar el terreno, restaurar la granja, los jardines y la propia casa, y crear un lugar de retiro para otros. La autora Christie Purifoy llama a esto “placemaking” (creación de lugares), una forma de cuidado de la creación en la que cultivamos lugares de comodidad, belleza y paz, no solo por nuestro propio bien, sino también por el bien de los demás.
De hecho, Christie y su familia han hecho algo parecido: han resucitado con amor los jardines de Maplehurst, su granja en Pensilvania, y cada primavera y otoño invitan a los miembros de la comunidad a disfrutar del campo que cultivan. Maplehurst es un espacio sagrado para conectarse con los demás en un entorno de belleza natural.
Para quienes vivimos en apartamentos, casas adosadas o barrios con patios pequeños, puede parecernos que nuestros intentos de cuidar la Tierra son demasiado insignificantes para marcar una diferencia. Nuestros esfuerzos pueden parecer que representan más problemas de lo que valen cuando no vemos el impacto directo. Es más, muchas personas viven en comunidades en las que el cuidado práctico de la creación es casi imposible, donde es difícil encontrar lugares vírgenes de belleza o cultivo. Lugares como Natirar, un huerto suburbano o tierras de cultivo privadas revitalizadas suelen ser inaccesibles para las comunidades urbanas, deprimidas y marginadas desde un punto de vista económico.
Nuestros esfuerzos pueden parecer que representan más problemas de lo que valen cuando no vemos el impacto directo.
Y, sin embargo, incluso este tipo de lugares necesita atención. Hace poco me enteré de que mi condado se ha asociado con un comprador privado para convertir una parte de las hectáreas de Natirar en un hotel de lujo y casas de un millón de dólares. No sé si la renovación afectará los senderos naturales o los caminos para correr. Es probable que no moleste demasiado a nuestra comunidad: la mayoría de nosotros podemos sentarnos en nuestros arbolados patios suburbanos sin preocuparnos por eso. Pero sí me pregunto por qué seguimos perdiendo espacios verdes y tranquilos por los que deambulan ciervos con tanta frecuencia como los perros y los paseantes. Me preocupa lo que valoramos, cuando un lujo inalcanzable para la mayoría de las personas toma el lugar de las verdaderas riquezas de la reunión comunitaria, la creación y la belleza.
Si bien la mayoría de nosotros nunca podremos comprar una granja, admiro la acción de crear espacios como una forma de cuidar de manera fiel y activa de nuestro mundo. El cuidado de la creación consiste en elegir amar la Tierra de manera que contribuya a su restauración. Es una elección de administrar nuestro tiempo, dinero y otros recursos con respeto a la Tierra y a todas las criaturas que la habitan. Para algunos, ese cuidado implica la creación de espacios públicos. Para otros, la práctica incluye reciclar, poner un jardín, ofrecerse voluntario para limpiar la basura o llevar un estilo de vida más sostenible con menos consumo.
El autor Andrew Peterson escribe: “La manera en que damos forma a nuestras ciudades, pueblos, infraestructuras y hogares, es un reflejo de lo que creemos que es cierto sobre el florecimiento humano (y el florecimiento de la creación) como hijos de Dios”.
El cuidado de la creación consiste en elegir amar la Tierra de manera que contribuya a su restauración.
Como cristianos, debemos preguntarnos qué creemos sobre el florecimiento de la creación, sobre todo en lo que se refiere a nuestros semejantes. Es probable que sepamos cómo debemos responder, pero ¿lo estamos viviendo? Esta es una pregunta que cada uno de nosotros puede hacerse en el contexto de su propia situación de vida.
¿Seremos cuidadores, como Dios quiso que fuéramos los seres humanos (Génesis 2.15)? ¿Valoraremos el florecimiento de la creación y, como resultado, el florecimiento humano? ¿Administraremos nuestros recursos hacia la restauración? Más allá de cómo elijamos asumir este llamado, podemos hacerlo con la alegría de saber esto: No trabajamos solos. Nos unimos a Dios en su obra de hacer nuevas todas las cosas.