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La brecha entre los hechos y la fe

Como cristianos, todos tenemos preguntas, pero no siempre son las mismas.

John VandenOever 27 de diciembre de 2023

Fue desde el asiento del pasajero de un Kia Soul que negué con la cabeza y dije: “No estoy seguro de que Virgil sea cristiano”. Era julio y estaba en Ontario por invitación de mi nuevo amigo Darrin, quien es capellán de hombres expresidiarios.

Ilustración por Keith Negley

“Jesús es mi Señor”, me dijo Virgil cuando tomábamos un café en un McDonald’s de la zona, “pero no puedo creer en el cielo. ¿Cómo puede haber miles y miles de millones de personas en un lugar?” Traté de explicarle lo que cinco décadas de lectura de la Biblia me habían enseñado sobre la promesa de la vida eterna, solo para que me dijera: “Tú tienes tus creencias; yo tengo las mías”.

Después pensé que sería útil para Darrin saber en qué aspectos la fe de Virgil era insuficiente: Deberá tener más fe si vamos a considerarlo uno de nosotros.

Esperaba recibir las gracias de Darrin. Había más trabajo por hacer con Virgil, y mis excepcionales habilidades para la conversación habían sacado a la luz un problema importante. Pero Darrin, con gran delicadeza, se enfocó fue en mí.

“Creo que nunca he conocido a dos personas iguales, John. Todos tenemos nuestras propias experiencias, que nos llevaron a las creencias que tenemos. Virgil ha puesto su fe y confianza en el Señor Jesús, pero el concepto que tiene de la eternidad y el cielo es diferente del que tenemos nosotros”.

Su respuesta fue una forma muy gentil y paciente de ver la fe en crecimiento de Virgil. Y también fue caritativo conmigo. Hambriento de las riquezas de la obra de Cristo a través de los pactos, me encanta una inmersión erudita en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, con demasiada frecuencia, le doy más importancia al conocimiento intelectual que a los cambios requeridos en mi corazón. En cambio, meditar a fondo en la Palabra de Dios debería llevarnos a reflejar al Señor. Vestirnos “como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”; para dejar que “la paz de Dios gobierne en [nuestros] corazones, a la que asimismo [fuimos] llamados en un solo cuerpo; y [seamos] agradecidos” (Colosenses 3.12-15). Durante el último año, he visto muchas de estas cualidades en Darrin. Tiene un ministerio de presencia que pastorea a las personas con paciencia. Ha abrazado a aquellos que a menudo pasan desapercibidos por nuestras iglesias: hombres que han tenido poco acceso al discipulado y a la formación espiritual, que solo ahora están descubriendo una amistad y una comunidad sanas.

Eso me ha dado la convicción de que yo debería tener una fe mayor. En lugar de aplicar una prueba de fuego sobre conocimiento bíblico, debería estar animando a quienes están recibiendo la fe. Este es el tipo de aliento que el apóstol Pedro dio a los creyentes en la región de la moderna Turquía, cuando escribió: “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1.8, 9). Fíjese cómo Pedro reconoció las cosas que ellos no tenían, al mismo tiempo que abrazaba las que sí poseían.

De manera parecida, hay mucho que no entendemos sobre los misterios de Dios y su reino. Sí, Él ha revelado todo lo que necesitamos saber, pero a veces no parece suficiente, y sentimos que no podemos cerrar la brecha entre la realidad y la fe. Esto era cierto para Virgil y también lo es para mí. Me cuesta creer que todos mis pecados son perdonados, en especial los que se repiten. No tiene sentido que Dios perdone con tanta generosidad sin antes ponerme en un programa de entrenamiento, para ver si mejoraré antes de que Él vuelva a derramar su amor. Y, no obstante, lo hace. Su gracia es demasiado buena para creerla. Y eso se parece mucho a la incredulidad de Virgil sobre un lugar llamado cielo. 

Al viajar en el auto de Darrin, vi cómo la paz de Cristo reinaba en su corazón. Tenía una perspectiva que lo hacía capaz de ver más allá del problema del momento hacia la plenitud que el Señor Jesús puede dar al futuro de cada uno de nosotros.

“Virgil ha encontrado mucha seguridad y esperanza en la comunidad de la iglesia en la que está”, dijo Darrin. “Se siente aceptado de verdad por el pastor y las personas de la congregación. Creo que, al final, el Espíritu Santo resuelve todo eso en nosotros. Podrían ser dos años, tres años, cinco años, o podría suceder mañana, cuando al final él diga: ‘Hay algo acerca de esta vida eterna que no entiendo. ¿Es en realidad la manera en que estos otros la han descrito?’”.

Mientras tanto, el Espíritu Santo tiene que trabajar mucho en mí. Con paciencia y gentileza me recuerda que conocer a Dios es el objetivo de todo mi aprendizaje, y amar a los demás es el trabajo que debo hacer hasta ese glorioso día.

La gentil corrección de Darrin me recordó que, cuando nuestra conversación llegaba al final en ese McDonald’s, Virgil me miró con una sonrisa y dijo: “Este es quizás el mejor momento de mi vida”. Tengo la sensación de que solo va a mejorar.

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