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La medida de nuestra devoción

Es hora de dejar de preocuparse por los currículos espirituales y comenzar a crecer.

Renee Oglesby 26 de mayo de 2022

Después de poner su fe en el Señor Jesucristo como Salvador, demasiados nuevos creyentes tienen la impresión de que están en la línea de meta en vez de la línea de salida. Por alguna razón nadie les enseña que una vez que son salvos deben comenzar a crecer en la vida cristiana. Y ese crecimiento es hacia la semejanza con Cristo. Dios tiene la intención de vivir a través de sus hijos para que la gente vea a Cristo en nosotros. Escuchan nuestras palabras y las alusiones a Él. En presencia nuestra perciben algo especial en nosotros. Y ese algo es la presencia viva de Jesucristo.

—Charles F. Stanley

Ilustración por Adam Cruft

Pocas cosas atemorizan tanto el corazón de un empleado como la frase evaluación del desempeño. Es desalentador saber que alguien está juzgando sus habilidades y su funcionamiento en el lugar de trabajo, para decidir si ha estado a la altura de las expectativas, y si se justifica el salario que se le paga por el trabajo que hace. 

Los creyentes pueden sentir que un tipo de evaluación similar se les está haciendo mientras viven su vida cristiana. El Señor Jesús estableció un tremendo ejemplo a seguir: la perfección total. Y aunque sabemos que nuestro amoroso Padre celestial es misericordioso y justo, muchos cristianos albergan un temor secreto al momento después de la muerte, cuando se encuentren con Él cara a cara. Se imaginan cada mala decisión y cada fracaso pecaminoso como reproducidos en una pantalla de cine para que toda la hueste del cielo los vea: una revisión literal de desempeño de toda su vida. Después de todo, “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27). Previendo esto, nos presionamos a nosotros mismos, afanándonos para ser como Cristo y hacer las cosas como Cristo.

Pero en la cita anterior, el Dr. Stanley nos recuerda algo vital. Dios, en vez de comparar nuestras acciones y actitudes con una lista de comprobación interminable, reconoce el crecimiento espiritual que Él ha producido en nosotros de forma gradual a lo largo de nuestra vida. Él ve cada instancia en la que mostramos el fruto del Espíritu, cualidades que solo Él podría inspirar (Gálatas 5.22, 23). Entiende cada momento en el que anhelamos amarle más y conocerle mejor. Y lo más importante, Él ve nuestros errores, imperfecciones y pecados cubiertos por completo por la sangre de su Hijo perfecto.

Dios ve cada instancia en la que mostramos el fruto del Espíritu, cualidades que solo Él podría inspirar. Entiende cada momento en que anhelamos amarle más y conocerle mejor.

No estoy restando importancia a nuestra necesidad de hacer las cosas que sabemos que contribuyen a nuestro crecimiento y madurez espiritual: disciplinas como la oración, la adoración congregacional y el estudio de la Palabra de Dios. Pero nuestro Padre, más que nadie, sabe que esas cosas no siempre nos resultan fáciles. Requieren tiempo, esfuerzo e intención. Y aunque son esenciales, no son acciones que debamos forzarnos a intentar con nuestras propias fuerzas, sino que Él nos llamará y nos dará el poder para realizarlas. Además, no se deben intentar porque temamos una evaluación imposible y eterna de desempeño, sino porque amamos a nuestro Padre celestial. Y porque estas acciones, en última instancia, producen gozo en nosotros, tanto en nuestro tiempo de vida terrenal como más allá de esta.

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