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Pieza por pieza

Tal vez no veamos el panorama completo de nuestra vida, pero Dios sí lo ve.

Charles F. Stanley

¿Siente usted, a veces, que su vida es como un desorden de piezas de rompecabezas? Cada situación parece ser un hecho aislado sin ninguna relación con lo que sucedió en el pasado, o con lo que pudiera ocurrir en el futuro. Algunas piezas son momentos hermosos de alegría y bendición, pero otros son de tristeza y dolor. Quizás usted se esté preguntado por qué Dios está permitiendo tales hechos, o por qué no interviene para aliviar su sufrimiento.

No somos capaces de ver lo que será el cuadro final después de que todas las piezas del rompecabezas hayan sido puestas en su lugar, pero Dios sabe exactamente cómo encajará todo. Cuando nuestras situaciones parezcan desesperanzadoras, el consuelo que tenemos es que un Dios santo, perfecto y omnisciente es soberano en todos los hechos de nuestra vida (Salmo 103.19). Nada nos ocurre al azar o carece de sentido cuando le pertenecemos.

Fotografía por Charles F. Stanley

La historia de José es un ejemplo excelente de la mano omnipotente de Dios actuando en todas las situaciones y por medio de cada una de ellas (Génesis 37, Génesis 39—Génesis 50). Al leer esa historia, aprendemos cuatro verdades esenciales en cuanto al Señor y su soberanía.

Dios siempre está con nosotros. José era odiado por sus diez hermanos mayores, debido a que era el hijo predilecto de su padre. Cuando surgió la oportunidad de deshacerse de él, lo vendieron a una caravana de mercaderes, y dijeron a su padre que José había sido asesinado por un animal salvaje. Este dramático giro de los acontecimientos podría haber hecho que José se sintiera olvidado por Dios; pero en medio de sus diversas pruebas, una cosa era constante: “El Señor estaba con José" (Génesis 39.2; Génesis 39.21).

Al igual que José, nosotros nunca estamos solos en nuestras situaciones. En el momento de nuestra salvación, el Espíritu Santo viene a vivir dentro de nosotros y nos sella como hijos de Dios (Efesios 1.13). Él está con nosotros en cada circunstancia, ya que sea que sintamos o no su presencia. Esta es una verdad con la que podemos contar, porque el Señor cumple siempre su palabra.

Dios tiene un propósito para todo. José tenía solamente 17 años de edad cuando comenzaron sus duras pruebas, y éstas no terminaron hasta que tuvo 30 años. Esos trece años fueron de dificultades y sufrimientos inexplicables, pero el Señor sabía exactamente lo que se requería con el fin de preparar a José para su futuro papel como gobernador de Egipto, una posición que lo hacía segundo en autoridad después de Faraón.

Lo que parecía ser hechos aleatorios e injustos, eran precisamente las cosas que el Señor dirigía para lograr su propósito. Utilizó el favoritismo de un padre y el odio de unos hermanos para llevar a José de Canaán a Egipto. Como esclavo y prisionero, José aprendió las habilidades necesarias para gobernar sabiamente a una nación próspera y poderosa. Dios utilizó el sueño de Faraón y la interpretación que hizo José del mismo, no solo para libertar a su siervo de la cárcel, sino también para proveer comida suficiente para preservar una nación y salvar a la familia de José de la hambruna.

Aunque las cosas que le sucedan a usted no sean tan dramáticas como las de José, el principio sigue siendo válido. El Señor tiene un propósito divino para todo lo que suceda en su vida. Él ha prometido que todas las cosas ayudarán a bien a los que le aman y son llamados conforme a su propósito (Romanos 8.28). Puede ser que no vea la razón para lo que Dios está haciendo en su vida en este momento, pero puede estar seguro de que su propósito es superior a cualquier dificultad que usted enfrente.

La perspectiva de Dios es eterna y omnisciente. Cuando José examinó todos los hechos difíciles de su vida, le aseguró a sus hermanos que la mano soberana del Señor había estado en todas las cosas, incluso en el trato abusivo que recibió de ellos (Vea Génesis 50.20). Pero lo que José no fue capaz de ver era el propósito eterno de Dios. Al final, la esperanza de toda la humanidad estaba unida a estos hechos porque Jesucristo fue descendiente de ese pequeño grupo de hebreos que fueron trasplantados a Egipto y sustentados por José.

El Señor está haciendo en nuestra vida cosas maravillosas de valor eterno, pero no siempre somos capaces de entenderlo porque nuestra perspectiva es limitada. El apóstol Pablo nos dice que “los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento” (2 Corintios 4.17 NVI). Cuando los problemas de esta vida nos abrumen, tenemos que cambiar nuestro enfoque de lo temporal a lo eterno (2 Corintios 4.18).

El tiempo de Dios es perfecto. Tal vez la parte más difícil de las dificultades de José era su duración. En cierto momento, después de interpretar correctamente el sueño del copero, José vio una luz de esperanza, y le pidió que recordara a Faraón su situación. Pero después de dos largos años, seguía siendo un prisionero.

¿Por qué Dios demoró la liberación de José, justamente cuando éste había comenzado a tener esperanzas de nuevo? ¿No nos hemos preguntado eso en un momento u otro? Parecía que el Señor estaba a punto de intervenir, pero después no pasaba nada. Es más fácil soportar el dolor si sabemos que el final está cerca, pero cuando las pruebas parecen no tener fin, tenemos que confiar en la sabiduría del tiempo perfecto de Dios. Él sabe exactamente lo que quiere lograr en nuestra vida, y cuánto tiempo va a demorar.

En lugar de argumentar con el Señor en cuanto a qué piezas deben estar en el rompecabezas, aprendamos a aceptar que solamente Él sabe cómo encajan entre sí todos los hechos de nuestra vida. Podemos confiar en que Él elegirá las piezas correctas, incluso las más incomprensibles, y las colocará exactamente donde tienen que estar según su buen propósito.

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