Sacamos el máximo provecho de nuestro trabajo cuando nos vemos a nosotros mismos como servidores. Ahora bien, yo sé que eso va absolutamente en contra de todo lo que cree esta sociedad. Queremos hablar de nuestros derechos. Queremos hablar de nuestro grupo, queremos hablar de nuestra independencia, queremos hablar de nuestra conversación, y queremos hablar de lo que vamos a conseguir. La idea misma de ser un servidor y tener un espíritu de servicio es totalmente ajena a nuestra sociedad. No se parece en nada a lo que hablaba el Señor Jesús.
—Charles F. Stanley: “Cómo aprovechar nuestro trabajo al máximo”

Cuando pienso en el servicio a los demás, imagino cosas como repartir comida en un comedor de beneficencia o proporcionar ropa y cobijas a las personas sintecho. Y mientras crecía, pensaba que mi madre era el máximo ejemplo de cuidado a los demás. Me inspiraba lo que ella hacía para ayudar a la gente con problemas, y la forma en la que nos incluía a los niños, en especial cuando nosotros mismos no teníamos mucho. Al servir comidas en el casco antiguo empobrecido de la ciudad o al proporcionar alimentos a personas recluidas en sus casas por enfermedad o discapacidad, y a madres primerizas, se aseguraba de que estuviéramos al tanto de las necesidades de nuestra comunidad. Me sentía impulsado por la manera en la que ella no solo veía una necesidad, sino también porque actuaba en consecuencia, antes de evaluar el costo.
Todos conocemos la historia de la interacción del Señor Jesús con el joven rico, también dirigente. Tres de los cuatro evangelios cuentan cómo confronta al Señor, preguntándole qué hacía falta para heredar la vida eterna. Después de que el hombre recita una lista de mandamientos, casi como si ensayara un currículo de logros, la historia termina de una manera inquietante: “Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Marcos 10.21, 22).
Mi madre sigue siendo una fuente de inspiración para mí, a pesar de que ya soy un hombre adulto. Pero cuanto más viejo me hago, más me veo reflejado en este joven. Puede que no sea “rico” según los estándares de mucha gente, pero soy estable en términos económicos, una forma de riqueza, sin duda. Si bien no soy un dirigente, me muevo por este mundo con una cierta cantidad de privilegios. Y ahora comprendo la influencia de nuestra cultura, y cómo el temor colectivo de no tener lo suficiente está arraigado en nosotros. Estamos arraigados en profundidad en una sociedad que funciona de manera diferente a la manera de Cristo. La generosidad, tal como yo la entendía en mi juventud, sigue siendo una forma digna y sustancial de ayudar a los demás. Pero ahora puedo ver que no es suficiente. Y si soy sincero, la mayoría de mis intentos de vivir actuando con generosidad todavía encajan bien en lo que me parece cómodo y seguro.
La caridad es, sin duda, necesaria, pero con demasiada frecuencia he dejado que me absuelva de la actitud de servicio que ejemplificó el Señor Jesús. Consideremos las palabras de Pablo a los filipenses:
“No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2.3-8 NVI)
El servicio a la manera del Señor Jesús no se limita a reservar tiempo en un día o una semana en particular para una buena causa, sino que lo abarca todo. Y aunque el pasaje de Filipenses no menciona de forma directa el dar sacrificialmente, su énfasis en la humildad y el enfoque centrado en los demás es relevante. La Biblia es clara acerca de cuáles deben ser nuestras prioridades: amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, al mismo tiempo que preocuparse de los enfermos, los huérfanos, las viudas y los presos. Debemos dar sacrificialmente, y no solo una cantidad que nos haga sentir cómodos. Hacerlo es un acto de humilde obediencia, pero también produce buenos frutos en nuestra alma: nos ayuda a caminar en la libertad, el amor y el gozo prometidos a quienes siguen al Señor Jesús. Si todo esto parece una gran demanda, es porque lo es. A Dios no le interesa tanto nuestra comodidad como sí la condición de nuestro corazón.
C. S. Lewis escribió algo en lo que pienso a menudo: “Cristo dice: Dádmelo todo. Yo no quiero tanto de vuestro tiempo o tanto de vuestro dinero o tanto de vuestro trabajo: os quiero a vosotros. Yo no he venido a atormentar vuestro ser natural, sino a matarlo. Ninguna medida a medias me sirve”. Y eso se aplica a cada uno de nosotros, aunque nuestras experiencias, circunstancias, fuerzas y limitaciones sean diferentes. Aunque hay algo que todos tenemos en común: cuando estamos dispuestos a entregar nuestra vida por Dios, podemos estar seguros de que encontraremos la verdadera vida, una abundancia que va más allá de cualquier cosa imaginable.