Hace cuatro años, Ann Lao estaba en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, llorando al pie de la cruz. Su médico le había dado el visto bueno para hacer el viaje: acababa de terminar su tratamiento de radioterapia contra un cáncer de los senos paranasales. Pero no era ese el motivo de su llanto. Arrodillada en el lugar donde se cree que Jesucristo fue crucificado, se dio cuenta de que no lo conocía.

Fotografía por Ivan Kashinsky
Semanas después, en su natal California, Lao y su novio asistieron a un servicio religioso con vistas al océano Pacífico. Trataron de permanecer en el anonimato, pero un curioso miembro de una iglesia notó a la pareja y los invitó a un estudio bíblico. Después de algunas sesiones, Lao profesó fe en Cristo.
Un par de meses después de comenzar su nueva vida con el Señor, Lao descubrió un nódulo en su seno derecho. Durante la cirugía, los médicos descubrieron y extrajeron tres más, y las biopsias revelaron etapas avanzadas de linfoma no Hodgkin. En el apogeo de la pandemia, estaba sola en el hospital. Lao encontró consuelo en las predicaciones del Dr. Stanley durante periodos de aislamiento y sesiones de quimioterapia.
Un día el Señor habló a su corazón: “Voy a darte más tiempo, y hay un propósito”. Con la fe en aumento, Lao se secó las lágrimas, convencida de que vencería el cáncer. Después de trabajar durante años como asesora patrimonial, sintió el llamado de impartir clases gratuitas a personas con poca o ninguna experiencia en asuntos financieros. Hoy en día, libre del cáncer, Lao ayuda a las personas a manejar sus recursos personales y comparte lo que el Señor ha hecho en su vida, recordando a los demás que nunca es demasiado tarde para conocer a Cristo.