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Señales de la presencia de Dios

Las hay por todos lados y no siempre son tan grandes como esperamos.

Charity Singleton Craig 18 de enero de 2023

¿Alguna vez se ha sentido usted desesperado por escuchar a Dios? Recuerdo un verano —yo era joven, ingenua y por primera vez estaba lejos de casa. En mis días libres del trabajo, caminaba por un sendero costero que daba al Océano Atlántico, anhelando vislumbrar la grandeza de Dios en las olas interminables y el oleaje rompiente.

Ilustración por Adam Cruft

En Éxodo 33, encontramos a Moisés igualmente descorazonado. Hacía poco que había regresado del monte Sinaí, y encontrado a Israel adorando a un becerro de oro. Ahora, mientras se preparaba para guiarlos en su viaje a la tierra prometida, se sentía profundamente desalentado. Estaba solo en el liderazgo y abrumado por la obstinación de Israel. Y después de tantos años de ser un fiel seguidor, Moisés no estaba seguro de conocer plenamente a Dios.

“Te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos”, dijo Moisés. “Te ruego que me muestres tu gloria”. (Éxodo 33.13, 18).

El hecho de que Dios le diera lo que le pedía —mostrar la plenitud de su gloria al revelar su rostro— habría destruido a Moisés. Pero Él también sabía que Moisés estaba desanimado. Así que ideó un plan para darle lo que necesitaba: un recordatorio de su bondad y su cuidado. El Señor metió tiernamente a Moisés en la hendidura de la peña y lo cubrió con su mano (Éxodo 33.19-23). 

En cierto sentido, la revelación restringida de Dios a Moisés me recuerda la kenosis del Señor Jesús —el sacrificio de su vaciamiento— explicado en Filipenses 2. Pues Él “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. En vez de eso, se despojó a sí mismo, dejando de lado la magnificencia de su gloria para poder mostrar al mundo su asombrosa bondad, sacrificándose para salvarlo (Filipenses 2.5-7). Por supuesto, había gente que solo le pedía al Señor una señal. Cuando Él los reprendía, no era porque no pudiera hacer los milagros que pedían. De hecho, a menudo los hacía. Pero en realidad, las señales en sí no venían al caso, que era que llegaran a creer en el Señor Jesús (Marcos 8.12; 13.22).

El hecho de que Dios le diera lo que le pedía —mostrar la plenitud de su gloria al revelar su rostro— habría destruido a Moisés. Pero Él también sabía que Moisés estaba desanimado. Así que ideó un plan para darle su bondad y su cuidado. 

En aquel verano de hace mucho tiempo, no fueron las grandes señales del poder de Dios las que me ayudaron a perseverar, sino los simples recordatorios de su bondad, las cosas que encontraba todos los días. En lugar de dejar caer el trabajo perfecto en mi regazo, me proporcionó propinas adicionales y turnos dobles en mi trabajo. En vez de poner fin a mi nostalgia, Él me guió hacia dos viudas para quienes fui como una hija, y que me ayudaron a superar una temporada difícil. Y cuando estaba sentada mirando el océano, orando por una señal, Él me salió al encuentro en oración, con su Espíritu testificando al mío de que estaba conmigo. Lo que parecía oscuridad era en realidad la mano de Dios, cubriéndome con su protección.

Anhelo el momento en que la gloria de Dios brille plenamente a nuestro alrededor, con su luz ocupando el lugar del sol y la luna (Apocalipsis 21.23). Pero mientras tanto, confío en Él por los destellos de su bondad que proporciona a lo largo del camino.

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