Los rayos de sol del sur de California se cuelan por las ventanas del hospital de veteranos, mientras el capellán Michael A. Jones inspecciona las mesas plegables dispuestas para el evento de la tarde. Ha estado trabajando durante cinco años para llegar a este punto, preparando lo que ha anunciado como “90 Mensajeros en 90 Minutos”. Jones espera una gran afluencia de público, ya que ha colocado carteles por todo el hospital. Todo forma parte de la Semana de Atención Pastoral, un evento anual que destaca la labor de la capellanía dentro del sistema de la Administración de Veteranos. Y es la oportunidad perfecta para que Jones distribuya Mensajeros en masa.
Capellán desde hace 12 años, Jones busca constantemente nuevas maneras de servir a los veteranos a su cargo. Un amigo de la iglesia que conocía el Mensajero sugirió a Jones que empezara a repartir los dispositivos entre sus pacientes. Pero primero estaba el tema de las autorizaciones. Jones recibió la aprobación inmediata del jefe de capellanes, George B. Vogel, pero todavía tenía que obtener la aprobación del supervisor de Vogel, que preguntó si había un costo para los veteranos. Cuando Jones le aseguró que no lo había, el supervisor le dijo: “¿Puede darme uno?”.
Jones cedió gustosamente el que llevo de muestra, sabiendo que ahora se abría la puerta a muchos más Mensajeros, un recurso diferente a todo lo que los capellanes tenían disponible anteriormente. Continúan repartiendo muchos materiales devocionales y Biblias, pero este dispositivo de audio ha cambiado su capacidad de ministrar de manera fundamental. Los pacientes que tienen dificultades para leer pueden ahora escuchar la Palabra de Dios con solo pulsar un botón.
De vuelta al principio
Jones nació en 1951 en el hospital Queen of Angels, no muy lejos de donde creció en Echo Park, Los Ángeles. Fue uno de trece hijos. Su padre, que era viudo, tenía ya cinco hijos cuando se volvió a casar y Michael fue el primero de ocho hijos más.
Desde que tiene uso de razón, Jones ha estado vinculado al ejército. “Siempre les digo a los veteranos: ‘El año en que nací, mi hermano mayor se fue a Corea. Cuando me gradué en el instituto, él se fue de Corea a Vietnam’”, explica. La mayoría de sus hermanas mayores se casaron con hombres del ejército. De hecho, la primera vez que Jones pisó el hospital de veteranos de Long Beach fue en 1967, para visitar a un paciente: su cuñado. A pesar de toda esa experiencia, el ministerio a los veteranos no estaba en su corazón ni en su mente. Eso llegaría décadas después.
De joven, Jones destacó en la escuela y acabó matriculándose en el City College de Los Ángeles. Pero allí recibió una noticia desalentadora: un diagnóstico de dislexia grave. Seis médicos le dijeron que debía renunciar a sus estudios universitarios. Pero un séptimo, convencido de que el coeficiente intelectual de Jones era demasiado alto para dejarlo, le propuso una idea diferente: debía matricularse como estudiante ciego. “No tenía problemas de visión”, dijo Jones. “Simplemente no podía ver la letra impresa y no podía escribir, así que me convertí en parte de la comunidad de discapacitados”.
Funcionó. Con los materiales adecuados, Jones pudo tener éxito en la escuela, con unos resultados superiores a los de muchos de sus compañeros. Del City College pasó al Long Beach State College y finalmente a la Escuela de Teología Talbot de Biola. Fue en el seminario donde un profesor le dijo a Jones que considerara la capellanía como una carrera. Pero Dios tenía un camino diferente para él. Jones pasó casi dos décadas ayudando a discapacitados a encontrar trabajo por medio de Social Vocational Services, una empresa contratada por el gobierno. No tenía ni idea de que estaba aprendiendo destrezas que acabarían ayudándole con los pacientes del hospital de veteranos, muchos de los cuales se enfrentaban a los mismos problemas que las personas a las que había ayudado anteriormente.
Las rondas
Dos veces al día, Jones y sus colegas reciben una lista de admisión del hospital. Al igual que los médicos, los capellanes deben reunirse con todos los pacientes durante las primeras 72 horas. Una vez, una doctora paró a Jones en el ascensor. “¿Cómo lo hacen ustedes?”. Quería saber por qué cuatro capellanes tenían una tasa de éxito en el encuentro con los pacientes superior a la de un equipo de médicos: 81 por ciento frente al 69 por ciento. ¿Su respuesta? Una tenaz persistencia.
Cuando Jones empezó, observó un patrón recurrente. Después de registrarse, muchos veteranos desaparecían de sus habitaciones. Cuando los médicos que hacían sus rondas se encontraron con el mismo problema, pasaron al siguiente paciente de la lista. Jones, en cambio, decidió localizarlos.
“Iba al mostrador y preguntaba: ‘Dónde está el paciente?’ La enfermera decía: ‘Abajo, fumando’”. Portapapeles en mano, Jones buscaba fuera hasta encontrar a dicho veterano. Ahora los capellanes ven a todos los pacientes en 24 horas.
La evaluación de Jones consiste en una serie de cinco preguntas. Las ha formulado tantas veces que se le salen solas de la boca: “¿Tiene usted una iglesia o alguna afiliación religiosa? ¿Con qué frecuencia asiste a la iglesia? ¿Tiene algún amigo con el que pueda hablar de cosas espirituales? ¿Le gustaría recibir la visita de un sacerdote o capellán? ¿Le gustaría algún tipo de material de lectura devocional?”. A esta última pregunta, ahora añade: “Tenemos las predicaciones de Charles Stanley en un dispositivo de audio, si le interesa”. Normalmente es así.
Hay un delicado equilibrio que los capellanes del hospital de veteranos deben mantener, dado que su lugar de trabajo es una institución gubernamental. Por ejemplo, Jones no debe preguntar a los pacientes si desean orar; sin embargo, ellos se lo piden todo el tiempo y él accede con gusto. Cuenta que, estando en un ascensor abarrotado, una voz gritó desde el fondo: “Disculpe. ¿Es usted capellán?”. Jones dijo que sí, y se volvió hacia el hombre. “Entonces, ¿puede orar por mí?”.
Difusión de la Palabra
Después de sus rondas matutinas, Jones se dirige al pasillo, donde los voluntarios ya han colocado cientos de artículos para los veteranos: Biblias, devocionales, libros. Apenas son las 11 de la mañana y ya hay cola para los Mensajeros. Por motivos de contabilidad, Jones y su equipo deben registrar el nombre de cada veterano que recibe uno de los dispositivos, aunque, como siempre, son gratuitos, según los requisitos de Ministerios En Contacto.
Jones se dio cuenta rápidamente del valor de una herramienta como el Mensajero. Una vez, preguntó a un veterano de la Segunda Guerra Mundial si quería una Biblia. El veterano dijo que sí, si era de letra grande. El capellán volvió y le entregó una al hombre, que dijo: “Me pregunto por qué dejé de leer mi Biblia”. La Biblia era grande y, aun así, no podía distinguir el texto.
“Ahí es donde entran los Mensajeros, porque muchos de estos hombres se quejan de sus ojos”, dijo Jones. “No puedo decirles que vayan a la clínica oftalmológica. Así que les pregunto: ‘¿Le gustaría algo en audio? Podemos darles las predicaciones de Charles Stanley y el Nuevo Testamento. El Mensajero viene con auriculares y un enchufe de pared y también funciona con energía solar, si lo sacas al exterior. Es del tamaño de un teléfono móvil, y no tiene costo alguno’. El noventa por ciento está interesado”.
Incluso para los que tienen problemas de audición, el Mensajero ha sido una bendición. Jones tuvo un paciente que insistió en conseguir el dispositivo, a pesar de tener un audífono. Simplemente se lo quitó del oído, sustituyéndolo por los auriculares del Mensajero. “Solo subió el volumen al máximo y se sintió feliz”, dice Jones.
Poco después de empezar a repartir los Mensajeros, Jones se encontró con algunos problemas que, tal vez, deberían ser mejor clasificados como “errores de usuario”. Muchos de los pacientes olvidaban cómo manejar el dispositivo, y otros solían extraviar los suyos. Jones empezó a pegar el nombre de cada paciente en la parte posterior de los dispositivos, lo que ayudó, pero recibía demasiadas llamadas telefónicas de enfermeras que no estaban familiarizadas con el dispositivo. Así que Jones dio a las enfermeras formación sobre qué son los Mensajeros y cómo utilizarlos. El número de llamadas no tardó en disminuir.
De vuelta a las mesas, Jones y su equipo comienzan a distribuir los Mensajeros un poco antes de lo previsto. El flujo de veteranos es constante: jóvenes y ancianos, algunos en silla de ruedas y otros con andadores, todos han servido a su país. Jones insiste en proporcionarles algo inestimable a cambio: el acceso a la Palabra de Dios. Y resulta que “90 Mensajeros en 90 Minutos” fueron en realidad 96 Mensajeros en menos de una hora. Varios más fueron para miembros del personal que estaban intrigados por el dispositivo.
Jones tiene previsto que la Semana de Atención Pastoral se amplíe. “Cada año seguimos perfeccionando lo que hacemos, y en mi mente sigue estando el servicio al cliente. Añadimos valor independientemente de dónde estemos. Quiero decir, que el padre del hijo pródigo añadió valor a la vida de su hijo. Miró al camino y vio a su hijo, ¿y qué hizo? Se dio la vuelta y dijo a los sirvientes que prepararan un banquete”. Y al mirar a su alrededor, Jones está haciendo precisamente eso: recibir a todos los que vienen a recibir.
Fotografías de Ben Rollins