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Sí, Dios es misterioso

Y a veces nuestro deseo de recibir respuestas se interpone en el camino de experimentarlo a Él.

Cara Meredith 27 de febrero de 2023

En una entrevista con Billy Graham, el periodista David Frost le preguntó al evangelista si tenía alguna pregunta que esperara hacerle algún día a Dios en el cielo. La respuesta de Graham fue simple: “Sí, miles. Muchas cosas en los misterios de la Biblia”.

Ilustración por Adam Cruft

Si hubiera sido yo quien entrevistara a Graham, habría indagado más: Denos algunos ejemplos de preguntas. ¿Qué le preguntaría primero al Gran Creador? Yo quizás le habría preguntado si él tenía las preguntas escritas en alguna parte, o si había una en particular que lo había atormentado a lo largo de su vida.

Pero también me gustaría saber ante todo cómo Graham estuvo de acuerdo con hacerle preguntas a Dios. Tal vez esta sea la pregunta más importante de todas, porque es un aspecto de la vida cristiana que a menudo se descuida.

A veces bromeo diciendo que nací cristiana: mi madre se bautizó cuando yo crecía dentro de su cuerpo. ¿Nadaron las aguas benditas desde la pila bautismal hasta el cordón umbilical? Tenía cinco años de edad cuando le pedí al Señor Jesús que entrara en mi corazón; recuerdo haber caminado por el largo pasillo rojo de la pequeña iglesia bautista a la que llamábamos hogar, a la edad de unos nueve o diez años, en el que mis pasos eran una declaración pública de que quería ser bautizada. De adolescente y adulta, serví como voluntaria y, más tarde, como personal ministerial remunerado en una organización paraeclesiástica. A la postre, me casé y, al igual que lo hicieron mis padres conmigo, crié a mis hijos en la denominación que siempre había sido la mía.

En todos estos lugares y tiempos, mi propia lista de preguntas para Dios vivía justo debajo de la superficie. Si soy sincera, durante gran parte de mi vida no sentí que tuviera permiso para preguntar. ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? ¿Por qué existe el mal en este mundo? ¿Por qué no respondes siempre a las oraciones de los justos? Por alguna razón, no creía que pudiera acudir a Dios con las preguntas más reales para mí, incluso las que me mantenían despierta por la noche y me consumían el alma.

No creía que pudiera acudir a Dios con las preguntas más reales para mí, incluso las que me mantenían despierta por la noche y me consumían el alma. 

Durante casi cuatro décadas, las preguntas permanecieron reprimidas en mi interior. A veces pensaba en las preguntas que se planteaban los salmistas: “¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas? (Salmo 2.1 LBLA). “¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué ando sombrío por la opresión del enemigo?” (Salmo 42.9 LBLA). En esta colección de 150 canciones se pueden encontrar 51 preguntas. Del mismo modo, se pueden encontrar 3.294 preguntas, de principio a fin, en toda la Sagrada Escritura, de personas que se acercaron a Dios, y de Él mismo. Sin duda, su inclusión me da permiso para hacer lo mismo.

Aunque resulte irónico, fue el misterio lo que al final me trajo paz.

Me enamoré del misterio de Dios en una iglesia situada en una esquina, en Seattle, Washington. No me proponía encontrar un hogar en una denominación diferente, pero yo estaba lejos de una congregación de mi denominación. Cuando me presenté en una iglesia anglicana y me dieron la bienvenida, tuve un sentido de pertenencia. Me sentí cómoda. Los “olores y las campanas” que acompañaban a las antiguas oraciones pronunciadas durante miles de años por miles de lenguas me animaron de una forma que yo no sabía que necesitaba. Me sentí segura y percibí que tenía permiso para dar rienda suelta a las dudas sepultadas dentro de mí.

En este punto, vuelvo a la segunda parte de la enigmática respuesta de Graham: “Muchas cosas en los misterios de la Biblia”. Una frase fragmentaria, sus palabras casi actúan como un aparte, otra reflexión añadida por simple gusto. Me lo imagino diciéndole esto a Frost con nada menos que un guiño y una sonrisa. Pero en ese momento, miles de espectadores al otro lado de la pantalla fueron invitados a contemplar y apreciar el misterio.

No hay por qué tener miedo. Cada uno de nosotros tiene permiso para plantear a Dios cualquier pregunta, grande o pequeña, que le ronde por la mente. Y el testimonio de innumerables cristianos que nos han precedido nos desafía a acercarnos y aceptar el misterio que tenemos ante nosotros: nuestra vida en Cristo.  Y tal vez incluso para comenzar a elaborar nuestra propia lista de preguntas que presentaremos a Dios en las puertas del cielo.

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