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Simplemente Jesús

Una relación íntima con Dios no tiene por qué ser complicada.

Renee Oglesby 29 de marzo de 2022

Mi primera casa tenía una nueva capa de pintura blanquecina en cada pared de cada habitación. “Es un buen color neutro”, dijo mi agente de bienes raíces. “Hace un buen contraste con la alfombra oscura”, añadió mi madre. Aunque ambas tenían razón, me entusiasmó más escuchar esta exclamación de mis amigos: “¡Puedes pintarlas de cualquier color que te guste!”. La pintura es una forma un tanto barata de cambiar el ambiente de una habitación, y cualquiera puede hacerlo, ¿verdad?

Ilustración por Adam Cruft

Comencé con el mínimo de materiales: una brocha básica y una cortina vieja como tela protectora. Varios amigos amantes del color y con experiencia en pintura me ayudaron a reunir algunas herramientas adecuadas, preparar dos habitaciones, luego pintarlas, y a limpiar después. Cada uno de ellos me habló de su implemento favorito, y de cómo el mismo hacía que el trabajo fuera más rápido, más fácil y mejor. Antes de darme cuenta, necesité una bañera grande para guardar todas mis brochas, rodillos y cortadores de distintos tamaños y formas.

Con el paso del tiempo, seguí pintando habitaciones, acumulando experiencia y aún más herramientas. Siempre había algo nuevo que comprar, como un cortador específico para las esquinas, o un sistema completo de brochas que prometía líneas muy rectas. Siempre había algo nuevo que aprender, como crear un borde donde no existe solo con colores, cómo pintar una escalera sin andamios y, todo el tiempo, cómo buscar cierto tipo de pintura según un determinado tipo de alfombra. Y comencé a notar ejemplos, cuando estaba fuera de casa, de paredes pintadas de manera profesional, con líneas limpias nítidas y bordes rectos, y sin una sola mancha de color en el techo o las molduras.

Creo que en ocasiones he tratado mi periplo espiritual de la misma manera que abordé el aprendizaje de la pintura. Como nueva cristiana, comencé con lo más básico. Decía oraciones muy sencillas. Pero después de un tiempo me parecían demasiado simples, así que busqué libros y sermones sobre diferentes métodos de oración. Pasé de leer una Biblia, a leer versículos en diferentes traducciones, a una Biblia de estudio y a consultar comentarios bíblicos. Cuando mis amigos o compañeros de trabajo mencionaban un nuevo libro sobre la oración, estudio bíblico o guía devocional, me aseguraba de comprarlo y leerlo. Por una parte, me impresionaba y por otra, me consternaba ver cómo otros hacían que la vida y la práctica cristianas parecieran tan fáciles.

Por una parte, me impresionaba y por otra, me consternaba ver cómo otros hacían que la vida y la práctica cristianas parecieran tan fáciles. 

A lo largo de los años he reunido algunas excelentes herramientas en mis esfuerzos por convertirme en una fiel y madura seguidora de Cristo. Algunas de ellas me fueron dadas por el mismo ministerio cuyo sitio web está usted leyendo (En busca de paz, del Dr. Stanley y un manual sobre la vida cristiana han sido durante mucho tiempo mis favoritos). He estado muy agradecida por la visión que ofrecen sobre la comunión con Dios, el aprendizaje de sus caminos y el caminar de acuerdo con sus preceptos. Es posible que usted también tenga muchos recursos de este tipo en su caja de herramientas, y no veo nada malo en usarlas.

Pero en los últimos tiempos me he estado preguntando si no es hora de volver a lo básico. A las oraciones sencillas, llenas de palabras gozosas (y de silencios) en la presencia de Dios. Orar sin preocuparme por lo avanzadas que sonaban mis palabras, por la eficacia con que las expresaba. En su sermón, “Nuestro acompañante incomparable”, el Dr. Stanley nos recuerda que cuando se trata de entender su Palabra, Dios quiere que conozcamos la verdad, no para que podamos obtener información, sino para que nos enamoremos de Él y le escuchemos, seamos devotos de Él, le sirvamos y le demos gloria y honra; porque la Biblia no es un simple libro de información. Es un libro que cambia la vida.

No puedo recordar cuándo fue la última vez que tomé una Biblia y simplemente comencé a leerla, sin buscar una respuesta a una pregunta en particular o la compresión de alguna doctrina profunda; sino queriendo solo aprender los caminos de mi Padre celestial, del Hijo que Él envió para salvarme, y del Espíritu Santo que vino a ayudarme a vivir esta vida que me ha sido dada.

No puedo recordar cuándo fue la última vez que tomé una Biblia y simplemente comencé a leerla, sin buscar una respuesta a una pregunta en particular o la comprensión de alguna doctrina profunda, sino queriendo solo aprender los caminos de mi Padre celestial.

Es posible que usted esté familiarizado con Jeremías 29.11, donde Dios declara su intención de dar a su pueblo prosperidad, un futuro y una esperanza. Es un versículo muy popular para memorizar y compartir con otros, sin mencionar que se puede imprimir y enmarcar para tener un recordatorio de cómo Dios provee para nosotros en abundancia. Pero fíjese en los versículos que siguen: “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová” (Jeremías 29.12-14). ¿No es interesante que lo que sigue a las famosas promesas sobre todo lo que Dios da son versículos sobre buscar a Dios y encontrarlo? El orden aquí podría parecer invertido al principio. Con toda seguridad las bendiciones deberían venir después de la búsqueda, no antes, ¿verdad? Pero Dios sabe que a veces dejamos que nuestras muchas bendiciones nos distraigan de Aquel que bendice. Y quiere asegurarnos que cuando lo recordemos a Él y a la simple belleza de nuestra comunión con Él, lo encontraremos allí, esperando.

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