Saltar al contenido principal
Artículo Destacado

Vigilancia, no preocupación

¿Le está controlando su necesidad de control?

Michelle Van Loon 19 de marzo de 2023

En los meses previos a nuestra mudanza al otro lado del país, hice un cronograma detallado de cada posible tarea relacionadas con la reubicación, investigué cada posible falla, comparé costos, reuní registros y pasé horas de noches de insomnio pensando en los peores escenarios posibles.

Ilustración por Adam Cruft

Durante mucho tiempo me he visto a mí misma como una persona alerta y responsable que se aseguraba de cuidar a quienes me rodeaban. Mi eficiencia y mis habilidades de organización a menudo se han visto recompensadas tanto en el lugar de trabajo como en la iglesia. Pero en el momento de nuestra mudanza, las personas más cercanas a mí sabían que podía ser controladora y de mal genio cuando estaba estresada. Y la verdad es que siempre estaba bajo estrés. Pasaron cosas malas. Sorpresas no deseadas destrozaron los planes. Había vivido durante mucho tiempo bajo el axioma de “Todo lo que pueda salir mal, saldrá mal”. Por eso, lo mejor era estar preparada para cualquier eventualidad. ¿Y si el camión de la mudanza no apareciera? ¿Y si nuestro automóvil, que contiene todos nuestros registros médicos y documentos importantes fuera robado en una parada de descanso? ¿Y si un rayo cayera sobre nuestra nueva casa la noche antes de mudarnos?

El día de la mudanza apareció el camión. No nos robaron el auto. No cayó un rayo sobre nuestra nueva casa. Pero no importaba. Mi mente ya estaba corriendo para prepararse para la siguiente serie de desastres potenciales que nos esperaban tan pronto como fuera desempacada la última caja.

Un afectuoso consejero cristiano dijo que tal vez mis maneras asertivamente responsables, eran una respuesta a una infancia y a una edad adulta joven marcadas por un trauma significativo. Desde que era muy pequeña, me habían alimentado con una dieta constante de abuso verbal centrado en mi apariencia. Siempre me decían que era fea y difícil de amar. Aunque no podía cambiar mi aspecto, sí podía controlar otras circunstancias. Así que me prometí estar a un paso por delante de cada crisis en mi familia para garantizarme un resultado sin problemas. Durante todo este tiempo, había aprendido a enmarcar el hábito como una buena persona que cuidaba de los demás, pero comencé a darme cuenta de que la persona a la que más me enfocaba en proteger de los problemas o las críticas era a mí misma. Nunca había considerado que la hipervigilancia, o sea, un estado constante de preparación para luchar, huir o replegarme, fuera un subproducto de ese trauma.

Me prometí estar a un paso por delante de cada crisis e mi familia para asegurarme un resultado sin problemas. 

Tal vez vigilar constantemente mi entorno en busca de señales de peligro, tratar de planificar (o controlar) cada resultado y repasar los peores escenarios en mi mente a las 3 de la mañana, no era lo fuerte que siempre había considerado que era. Si bien es cierto que estaba siendo responsable y cuidando bien a quienes me rodeaban, había un lado más oscuro en mi exceso de precaución. El miedo me seguía a cada paso, y manejaba sus efectos en mi vida buscando el control de cada situación impredecible que pudiera encontrar.

En pequeñas dosis, la hipervigilancia puede ser un regalo. Por ejemplo, cuando alguien camina solo por un aparcamiento a altas horas de la noche, ese estado de mayor alerta es una respuesta realista a lo que podría ser una situación peligrosa. Y debido al aumento de la violencia en nuestra sociedad, debemos mantener la conciencia situacional cuando nos reunimos en espacios públicos como estadios, teatros, escuelas e incluso en la iglesia.

Pero el tipo de hipervigilancia que he vivido es de las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Nunca descansa. Estoy descubriendo que no hay una solución rápida para un hábito de larga data que se presenta como conciencia y liderazgo (aunque también puede manifestarse como pensamiento obsesivo y paranoia). La ayuda psicológica y las disciplinas espirituales de la oración, la confesión y especialmente la meditación de las Sagradas Escrituras me han ayudado a seguir adelante. Algunos supervivientes de traumas también se benefician de medicación y terapias especializadas para ayudarles a vivir con los efectos residuales.

Si bien es cierto que estaba siendo responsable y cuidando bien a quienes me rodeaban, había un lado más oscuro en mi exceso de precaución. 

Al considerar todo esto, he recordado que hay una forma positiva de vigilancia a la que estamos llamados. El Señor Jesús advirtió a sus seguidores que no anestesiaran su vigilancia piadosa con fiestas, abuso de sustancias o ansiedad, sino que se mantuvieran sobrios y alertas. Él dijo: “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21.36).

Haciéndose eco del llamado a estar atentos a los planes depredadores de nuestro enemigo espiritual, Pedro dice a las jóvenes congregaciones bajo su cuidado: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5.8).

Pero esta clase de atención no está alimentada por el miedo. Pablo exhortó a sus amigos de Colosas: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4.2). Mi propia hipervigilancia creció en un entorno que me enseñó que la supervivencia requería cultivar la autosuficiencia para poder estar tres pasos por delante de cualquier crisis o amenaza potencial. No entendía cómo evaluar la diferencia entre la vigilancia necesaria y la hipervigilancia autoprotectora alimentada por el miedo. 

En contraste, Pablo combinó la vigilancia necesaria con la confianza agradecida y en oración en un Padre celestial confiable. Aunque he sido seguidora del Señor Jesús durante décadas, estoy aprendiendo por primera vez en mi vida a hacer eso mismo. A medida que el Espíritu Santo me ha revelado las raíces de mi exceso de precaución, me ha animado a confiar en Él en vez de intentar controlar mis circunstancias. Cuando un plan cambia (¡y los planes siempre cambian!), trato de dar un paso atrás, tomar un respiro y pedirle claridad a Dios. No siempre es fácil, pero estoy aprendiendo la verdad de las palabras de Pablo en 2 Corintios 3.17: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Y esa libertad incluye liberarse de la pregunta: ¿Y si…? que moldeó vida durante décadas. 

Más Artículos