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Y era ya de noche

Aun la oscuridad no es oscura para Dios.

Charles F. Stanley

Cuando era niño, no me gustaba la noche porque interrumpía mis juegos, indicaba que mis amigos tenían que irse a sus casas, y debía irme a la cama. Pero mi actitud ha cambiado con la edad. Ahora me encantan las horas de oscuridad, cuando el ruido de un mundo ajetreado se apaga, y aparecen las luces menores que Dios ordenó para que gobiernen la noche. El brillo del cielo estrellado hace que mire con temor reverente y admiración la obra del Creador. Encuentro en la oscuridad una silenciosa soledad que me permite dar toda mi atención al Señor.

Fotografía de Getty Images

 

Dios es quien creó la noche para nuestro sueño y renovación. Pero, aunque necesitamos dormir cada noche y no tenemos control de lo que sucede durante esas horas, el Señor que nos guarda, nunca se duerme o adormece (Salmo 121.3, 4). Su trabajo no cesa cuando cerramos los ojos y nos rendimos a la noche.

De hecho, así como nuestros ojos físicos no son capaces de percibir lo que sucede en la oscuridad, las limitaciones humanas también nos impiden ver lo que el Señor está haciendo en el ámbito espiritual. Pero nuestro Padre revela lo que Él quiere que sepamos: la Biblia usa la palabra misterio para referirse a algo que una vez estuvo oculto, y que ahora es sacado a la luz. Consideremos los siguientes relatos bíblicos que muestran cuánto logró Dios mientras la mayoría de la gente dormía.

De la esclavitud a la libertad La noche más famosa en la historia de Israel es la Pascua, que está relatada en Éxodo 12.1-36. Mientras su pueblo estaba esclavizado en Egipto, Dios intervino en la oscuridad de la noche para traer liberación. Mientras los egipcios dormían, el Señor se movía por el país, ejecutando a cada primogénito humano y animal que había en su territorio. Las únicas excepciones fueron los israelitas que habían obedecido a Dios marcando sus puertas con la sangre de un cordero pascual. En una noche, el Señor liberó a toda la nación, y los sacó de Egipto para convertirla en un pueblo de su propiedad.

De la cautividad a la restauración Con el tiempo, los hijos de Israel entraron en la tierra que Dios les había prometido, y se convirtieron en una nación independiente. Sin embargo, continuamente se apartaban del Señor hasta que sufrieron las consecuencias por su idolatría y fueron llevados al cautiverio en Babilonia. Pero Dios no los había abandonado.

Una noche, mientras el rey de Babilonia se divertía y se burlaba del Señor, una mano apareció de repente y escribió algo en la pared (Daniel 5.1-31). Daniel interpretó el mensaje, que decía: “Dios ha contado tu reino, y le ha puesto fin… has sido pesado en balanza, y hallado falto de peso… tu reino ha sido dividido y entregado a los medos y persas” (Daniel 5.26-28 LBLA). Esa misma noche, las tropas persas entraron a Babilonia, mataron al rey y tomaron la ciudad. Los cautivos judíos no sabían que en una noche, Dios había abierto la puerta para restaurarlos a su tierra. Durante el primer año de su reinado, el rey persa liberó al pueblo judío para que regresara a su patria una vez más.

De la espera a la esperanza cumplida Aunque los israelitas estaban ahora en su tierra, nunca fueron del todo libres, porque varios imperios gentiles siguieron gobernándolos. Su gran esperanza era que su Mesías llegara pronto para liberarlos. Una vez más, mientras la mayoría de las personas en Belén estaban dormidas, Dios intervino en los asuntos de la tierra (Lucas 2.1-20). En un oscuro establo, el Mesías llegó al mundo como un pequeño e indefenso recién nacido. De todas las noches del mundo, esta es la más difícil de comprender. El bebé Mesías era el Hijo de Dios, que dejó el cielo y se encarnó para morar con la humanidad y convertirse en el Salvador del mundo.

Pasó el tiempo, y cuando Jesús se convirtió en adulto, comenzó a enseñar y a realizar milagros como prueba de que Él era el Mesías. Sin embargo, los líderes judíos se mostraron reacios a aceptarle. Una noche, Nicodemo, que era fariseo y maestro prominente, vino a Jesús con sus preguntas (Juan 3.1-21). Y allí, en la oscuridad, Jesucristo le dijo que había sido enviado por su Padre para que el mundo pudiera ser salvo por medio de Él. Nadie puede lograr la salvación tratando de ser lo suficientemente bueno, sino solo por medio de la fe en Jesús.

La hostilidad de los líderes judíos contra Jesús siguió aumentando porque Él no se ajustaba a sus expectativas del Mesías. Y Judas, uno de los discípulos de Jesús, también se desilusionó y decidió entregarlo a los líderes religiosos (Juan 13.21-30 LBLA). Durante la celebración de la Pascua con sus discípulos, Jesús dijo a Judas: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Juan 13.27), y éste “salió inmediatamente, y ya era de noche "(Juan 13.30). Judas nunca supo que Dios utilizaría su traición para comenzar el proceso que pondría a Jesucristo en la cruz y lograría la redención de la humanidad.

Después de que Judas se fue, Jesucristo y sus discípulos caminaron hacia el monte de los Olivos en la oscuridad (Mateo 26.36-46). En un huerto allí, suplicó a su Padre, diciendo: “Si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26.39). Quien nunca conoció pecado ni había estado separado del Padre, pronto cargaría con los pecados del mundo. Y aunque la experiencia era aterradora para Jesús, se sometió al Padre porque no había otra manera de salvar a la humanidad pecadora.

En cuestión de horas, nuestro Señor colgaba de una cruz, sufriendo un dolor insoportable, la humillación y el ridículo (Mateo 27.33-51). Durante tres horas, la oscuridad cayó sobre la Tierra cuando Jesucristo sufría el juicio del Padre por los pecados de la humanidad. Después clamó: “¡Consumado es!” (Juan 19.30). El Cordero de Dios perfecto había pagado el castigo por el pecado, para que todos los que creen en Él pudieran ser justificados (declarados inocentes) y recibir la vida eterna. Nadie puede llegar a comprender lo que pasó en la oscuridad ese día, o lo que Jesucristo sufrió por nosotros para que pudiéramos ser rescatados de una eternidad en el infierno, separados de Dios. Lo único que podemos hacer es creer, rendirnos por completo a Cristo y darle las gracias por nuestra salvación.

Los discípulos estaban desesperados después de la muerte del Señor. ¿Por qué había permitido Dios que el Mesías muriera? Ahora, al parecer, no habría reino ni gloria. Jesucristo estaba en una tumba, y toda esperanza estaba perdida. Pero en la oscuridad de la madrugada del domingo ocurrió un milagro (Mateo 28.1, 2). Cuando unas mujeres llegaron a la tumba, descubrieron que estaba vacía. Mientras el mundo dormía, Dios había resucitado a su Hijo.

Del reino de este mundo al reino de Dios El glorioso reino que los discípulos anhelaban ver llegará un día, después del período más oscuro de tribulación de la historia del mundo. En ese momento, “el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor… y [entonces todos] verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria” (Mateo 24.29, 30).

A lo largo de la historia de la humanidad, el Señor ha realizado lo milagroso al amparo de la noche. Es seguro que habrá momentos en los que no podremos entender lo que Dios está haciendo, o sentiremos que nuestras vidas están inmersas en la oscuridad de la desesperación, de la dificultad o del sufrimiento. Sin embargo, incluso entonces, tenemos la seguridad de que así como Él ha actuado para realizar su voluntad perfecta a lo largo de la historia, también está trabajando en nuestra oscuridad para lograr su buen propósito en nuestras vidas. Cuando la vida nos parezca misteriosa, lo único que tenemos que hacer es recordar que “las tinieblas y la luz son iguales” para Dios (Salmo 139.12). Él ve, y nada está más allá de su control.

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