Cuando tenía 17 años, José lo perdió casi todo. Su familia, su posición como hijo predilecto, su hogar y su libertad le fueron arrebatados de repente. Pero no perdió su fe en el Señor.
La vida es así a veces para todos nosotros. Los cambios en la salud o en la situación económica, la muerte de un ser querido o el abandono de un amigo pueden llevarnos a una temporada de incertidumbre. No entendemos por qué Dios permite que la prueba o el dolor continúen. José probablemente se preguntaba lo mismo, pero se las arregló para aferrarse a su fe.
Una de las claves para atravesar un valle de incertidumbre es aceptar con agrado la realidad de la presencia de Dios con nosotros. En el momento de la salvación, el Espíritu Santo viene a vivir de manera permanente en nosotros y nos sella como propiedad de Dios para siempre. Gracias a Él, nunca estamos separados del Señor. Ninguna circunstancia, sufrimiento o pérdida puede separarnos del Padre celestial o de su amor (Ro 8.35, 38, 39).
Tómese unos minutos cada día para reflexionar en cuanto a la promesa que Cristo nos hizo de que estaría siempre con nosotros (Mt 28.20). El resultado será que esta verdad echará raíces en lo más profundo de su alma para sostenerle en los tiempos difíciles.
Biblia en un año: Ezequiel 10-12