A lo largo de la vida, habrá ocasiones en las que nuestros pecados y fracasos nos harán concluir que Dios está decepcionado o enfadado con nosotros. Cuando eso ocurra, debemos hacernos las preguntas que Pablo planteó en Romanos 8:
- “SI DIOS ES POR NOSOTROS, ¿QUIÉN CONTRA NOSOTROS?” (Ro 8.31). Nuestro Padre celestial demostró su fidelidad a la humanidad cuando entregó a su propio Hijo para que muriera por nosotros.
- “¿QUIÉN ACUSARÁ A LOS ESCOGIDOS DE DIOS?” (Ro 8.33). Ninguna acusación contra nosotros puede sostenerse, ya que en el momento de la salvación, el Señor nos justificó. Esto significa que fuimos perdonados legalmente, mientras estábamos todavía en nuestra condición pecaminosa. Nadie puede revertir esta transacción y hacernos culpables de nuevo.
- “¿QUIÉN ES EL QUE CONDENARÁ?” (Ro 8.34). Aunque Satanás arremeta contra nosotros, la muerte y resurrección de Cristo son la evidencia de que estamos bien con Dios. Cristo tomó nuestra condena y nos dio su justicia a cambio. Ahora está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros.
Cuando le surjan dudas sobre el amor y la fidelidad del Señor, concéntrese en la verdad. Si juzgamos su lealtad basándonos en nuestras circunstancias o sentimientos, nunca tendremos una visión precisa de Dios. La verdadera seguridad no reside en nuestro buen desempeño, sino en nuestra relación con Cristo.
Biblia en un año: Apocalipsis 5-8