Todos tendremos momentos en los que se nos pedirá ir en contra de lo que Dios dice. Tal vez el jefe nos pida que seamos deshonestos o que un amigo o familiar nos presione para pecar. Decir que no podría causarnos algún rechazo o incluso el fin de una relación. Sin embargo, pecar quebrantaría los mandamientos de Dios y pondría en tela de juicio nuestro testimonio.
Daniel se encontró en esa situación cuando ciertos funcionarios le tendieron una trampa: un edicto que prohibía adorar “a cualquier dios o ser humano” que no fuera el rey Darío (Dn 6.7). Pero Daniel “entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén”, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes (Dn 6.10). Por su incumplimiento, fue arrojado al foso de los leones. A la mañana siguiente, Darío se sintió aliviado de que Daniel hubiera sido protegido, y decretó que todos sus súbditos debían “temer y honrar” al Dios de los judíos (Dn 6.26).
Nuestra responsabilidad es confiar y obedecer al Señor. La fidelidad de Daniel resultó en el favor del rey y en la honra de Dios; la obediencia de Cristo lo llevó a la cruz y a la glorificación; y la fe de Pablo resultó en problemas pero también en un servicio fructífero. Cuando obedecemos a Dios, puede que suframos consecuencias distintas, pero la obediencia siempre glorifica y agrada a nuestro Padre.
Biblia en un año: Jueces 16-17