El apóstol Pablo entendía cómo manejar situaciones difíciles. Incluso estando en la cárcel, mantenía sus ojos en Cristo. Por tanto, a pesar de estar encadenado, podía celebrar la obra del Señor en su vida. De hecho, la epístola que escribió desde la cárcel a los filipenses estaba llena de regocijo y alabanza (Fil 1.18; Fil 2.18; Fil 3.1).
Enfocarse en Cristo no es natural ni fácil, pues tenemos la tendencia a obsesionarnos con las circunstancias, buscar soluciones y quejarnos del dolor y la dificultad.
Sin embargo, el temor y la derrota no pueden vivir por mucho tiempo en un corazón que confía en el Señor. Esto no significa que olvidaremos lo que está pasando, pero sí que podremos elegir enfocarnos en la provisión y el cuidado de Dios. Él es nuestro Libertador (2 Co 1.10), Sanador (Jer 17.14) y Guía (Sal 23.3). El creyente que hace suyas las promesas divinas descubre que Dios aleja las emociones negativas y las reemplaza con esperanza, confianza y contentamiento. Esto no significa que estaremos felices en una situación difícil, pero sí que nos sentiremos tranquilos de que Dios esté en control y obrando para nuestro bien.
Enfóquese en Cristo y no en sus circunstancias; Dios le consolará y ayudará en medio de la prueba. Entonces podrá responder al llamado de Pablo de “regocijaos en el Señor siempre” (Fil 4.4).
Biblia en un año: ISAÍAS 40-42