Ayer hablamos del incómodo tema del pecado y de cómo Cristo vino a liberarnos. Pero ¿qué impacto debería tener este hecho en nuestra vida cotidiana? ¿Cómo debemos vivir a la luz de la libertad que nos ha sido dada?
El apóstol Pablo ofrece una respuesta convincente en la lectura bíblica de hoy. Dice que nuestra libertad no está destinada solo para nosotros, sino también para compartirla con el mundo. Lo hacemos sirviendo a los demás con amor, cumpliendo así lo que Cristo llamó los dos mandamientos más importantes (Mt 22.35-40).
Actuar por amor elimina la inclinación a juzgar a quienes nos rodean o, en las palabras de Pablo, a mordernos y a comernos unos a otros (cf. Ga 5.15). Una actitud dura y crítica no representa bien nuestra libertad. No hay nada persuasivo en nosotros si actuamos como personas que nunca han experimentado el amor de Cristo que todo lo puede.
Por el contrario, debemos “andar en el Espíritu” (Ga 5.16) y demostrar el fruto que se produce en nosotros cuando lo seguimos fielmente. Nuestro “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio” (Ga 5.22, 23) son como un faro en la oscuridad, y otros se sentirán atraídos por su luz.
Biblia en un año: 2 Samuel 1-3