Después del Sermón del monte, Cristo regresó a Capernaúm. Allí, un centurión romano se le acercó con una súplica a favor de su criado que estaba “gravemente atormentado”. El Señor se ofreció a acompañar al centurión y a sanar al criado.
Fue un gesto asombroso, ya que los judíos consideraban que la casa de un romano estaba prohibida para ellos. De hecho, algunos habrían desaprobado que incluso el Señor Jesús hablara con un soldado romano.
Pero la reacción del centurión también fue asombrosa. Dijo que no era digno de la compañía del Señor Jesús, pero sabía que la “palabra” del Mesías sería suficiente. Esta es la esencia de la fe: confiar en lo que el Señor promete. En algunas situaciones, debemos creer lo que Él dice a pesar de que todo diga lo contrario; en otras ocasiones, debemos confiar mientras seguimos esperando saber algo al respecto.
¿Podríamos tener esta clase de fe, la que deleitó y “maravilló” a Cristo (Mt 8.10)? Es lo que quiere para todos sus hijos. Y recuerde su alentadora respuesta al centurión: “Ve, y como creíste, te será hecho” (Mt 8. 13).
A menudo queremos alguna señal de que el Señor hará lo que le pedimos. Pero el Dios amoroso al que servimos es fiel a su palabra. La fe nos hace capaces de prestar atención a Cristo y confiar en que cumplirá sus promesas.
Biblia en un año: Lucas 10-11