Las promesas de Dios son preciosas y magníficas. Se convirtieron nuestras en el momento de nuestra salvación, para que tuviéramos todo lo que necesitamos para la vida y la piedad. No solo nos recuerdan su cuidado y amor por nosotros, sino que también nos dan esperanza y aliento durante los momentos difíciles.
A veces solo pensamos en lo que el Señor puede hacer por nosotros. Podemos tratar de apropiarnos de promesas bíblicas con la esperanza de conseguir lo que queremos, pero ese no es el plan de Dios. Él está obrando para su gloria y nuestro bien espiritual a largo plazo, no para nuestros deseos temporales.
El Señor quiere que nos aferremos a todas las promesas que vienen con la salvación, y que confiemos en todos los recursos que Él proporciona para nuestro crecimiento continuo en la fe, la obediencia, el carácter piadoso y el amor. El Espíritu Santo, nuestro instructor, trabaja en nosotros para aumentar nuestra confianza en Dios por medio de las Sagradas Escrituras. También proporciona el fervor necesario para que le obedezcamos, y desarrolla el fruto de la paciencia mientras esperamos el cumplimiento de lo prometido por Dios.
Cuando lea la Biblia, busque todas las magníficas promesas de Dios que puede reclamar como suyas. Luego, considérelas como verdaderas y descanse en ellas.
Biblia en un año: Mateo 16-18