Recuerdo una oportunidad en que me enfrenté a una decisión difícil. El momento y las circunstancias parecían los peores; la decisión de aprovechar la oportunidad no tenía ningún sentido. Quería rechazarla, pero sabía que debía orar primero. Pasé tiempo con el Señor, y Él me dio una visión clara. Acepté esa oferta al parecer ilógica e inconveniente, y Dios bendijo mi obediencia.
Como cristianos, esperamos que el Espíritu Santo nos dirija por medio de la oración y la Biblia. Pero, a veces, Él decide intervenir más en nuestra vida, como lo hizo conmigo aquel día. Desde que Dios anduvo por primera vez con Adán y Eva en el huerto del Edén, se ha comunicado con las personas de distintas maneras. Moisés vio una zarza ardiente (Ex 3.2), Samuel escuchó una voz por la noche (1 S 3.1-14), y Josué recibió instrucciones específicas e inusuales para conquistar Jericó (Jos 5.13–6.5). Saulo de Tarso fue llamado al ministerio (Hch 9.1-31), mientras que otros fueron advertidos del peligro mediante sueños (Mt 2.12, 13).
Las visitas de Dios son infrecuentes e inesperadas. Nosotros no podemos hacer que Él venga; el Señor es el que decide darse a conocer en la vida de un creyente. Así que, ya sea que se comunique con usted por medio de su Palabra o de una visita, mantenga su corazón abierto y su espíritu dispuesto.
Biblia en un año: Isaías 23-27