Cuando usted ora, ¿está seguro de que Dios le oye y responderá? ¿O duda de que sus palabras sean escuchadas?
Consideremos algunos obstáculos para una vida de oración saludable. Primero, poca concentración puede inhibir nuestra comunicación con Dios. La mente tiende a divagar, pero un antídoto para esto es darnos cuenta de con quién estamos hablando. Cuanto más comprendamos el poder, el amor, la omnisciencia y la santidad de Dios, más fácil nos resultará mantenernos enfocados.
Segundo, podemos sentirnos indignos de hablar con el Dios de la creación. El sentimiento de culpa por el pecado puede tentarnos a evitar pasar tiempo con Él, pero el Señor quiere que saquemos nuestras faltas a la luz. Nosotros, nunca seremos dignos de estar en la presencia de la perfección, pero la muerte y la resurrección de Jesucristo nos trajeron perdón y aceptación, para que podamos acercarnos libremente al Padre celestial (He 4.16).
Tercero, el temor puede interponerse en nuestro camino. Hay quienes se preocupan pensando: ¿Y si no oro correctamente? Pero Dios desea nuestro corazón, no las palabras perfectas. Por eso nos dio el Espíritu Santo para interceder a nuestro favor.
¿Se da usted cuenta de que el recurso más poderoso y el privilegio más grande está a su alcance?
Biblia en un año: JEREMÍAS 37-40