A lo largo del Sermón del monte, Cristo había enseñado a la multitud cómo caminar con Él: ser puros de corazón, tener misericordia, poner la otra mejilla (Mt 5–6). Imagíneselo mirando a cada una de las personas a las que tanto amaba. Debía reconocer cada expresión de alegría y felicidad, cada arruga y cada cicatriz de sus rostros. Y lo que es aún más asombroso, también conocía sus sueños y sus esperanzas, sus temores y sus dudas. Por eso concluyó su sermón diciendo: “Pedid y se os dará” (Mt 7.7). Pero ¿entendieron ellos —y entendemos nosotros— en verdad lo que eso significa?
Pedir cualquier cosa al Padre celestial requiere fe, no solo en su capacidad de satisfacer nuestras necesidades, sino también en su deseo de hacerlo. Por eso, Cristo tranquilizó a sus oyentes con ejemplos visibles y tangibles de un pez, una serpiente, un pan y una piedra (Mt 7. 9, 10). Si lo único que queremos es dar cosas buenas a nuestros seres queridos, dice, podemos confiar en que Dios, por su amor perfecto, desea darnos bendiciones aún mayores.
Dios está dispuesto a satisfacer nuestras necesidades; sin embargo, a nosotros nos corresponde creer que nos ama y desea que acudamos a Él. Sea lo que sea lo que necesite usted hoy, pídalo con fe y acción de gracias, sabiendo que su oración será contestada de la manera que Él considere mejor.
Biblia en un año: LEVÍTICO 26-27