Cuando el Señor Jesús se preparaba para entrar en Jerusalén, sabía que los días venideros serían desafiantes para los discípulos. Ya les había dicho que sería arrestado y asesinado, y que después resucitaría de entre los muertos (Mt 16.21). Sus seguidores enfrentarían sacrificios costosos (Mt 16.24), y el camino que les esperaba parecía sombrío.
Entonces el Señor se transfiguró, y Pedro, Jacobo y Juan lo vieron en compañía de los profetas más grandes. Cristo reveló un mundo donde Él es rey. Los tres discípulos oyeron al Padre afirmar al Señor Jesús como su “Hijo amado” (Mt 17.5). La visión fue un increíble regalo de esperanza, pero también abrumadora. Cristo animó a los discípulos diciéndoles: “Levantaos, y no temáis” (Mt 17.7). Estas palabras fueron tranquilizadoras para el presente, pero también fortalecedoras para la persecución que vendría. Como leímos ayer, la Transfiguración les dio la luz que necesitarían para el oscuro camino que tenían por delante.
Más tarde, el Señor consolaría a sus discípulos con la promesa de que Él estaría con ellos siempre (Mt 28.20). Recordar dicha promesa nos ayuda a perseverar con esperanza. Puede que no nos enfrentemos a la misma persecución que los discípulos, pero el costo de seguir al Señor Jesús sigue siendo alto. Enfocarnos en Él y en el reino venidero que se reveló en la Transfiguración, nos ayuda a vivir sin temor.
Biblia en un año: Jeremías 46-48