Shirley Combs abrió su nuevo restaurante, pero nadie vino. Así que sus esperanzas quedaron deshechas y la comida lista para ir a la basura. Entonces Dios le mostró a los hambrientos y sin hogar de su ciudad, y ella los alimentó. Hoy, mientras su negocio prospera, los clientes se han convertido en colaboradores en un ministerio para alimentar almas.