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En Él estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido apagarla.
—Juan 1.4, 5 NVI
Sucede, por lo general demasiado temprano para la mayoría de nosotros. Puede apostar que, a mediados de octubre, veremos decoraciones navideñas llenando los pasillos de las tiendas que frecuentamos. Todo, desde cajas apiladas de luces, hasta árboles de todos los tamaños y formas, y dioramas inflables en los jardines, atacarán a nuestros ojos —una señal de que, estemos listos o no, el espectáculo ha comenzado. Pero si el espíritu del Adviento se trata de esperar, entonces parecería prudente intentar resistir un inicio prematuro de la temporada. En otras palabras, ¿qué tal si esperamos hasta después del Día de Acción de Gracias para adornar nuestros hogares?
El Adviento requiere un poco de resistencia. No podemos hacer mucho respecto a la gran tienda donde conseguimos buenas ofertas, pero sí tenemos cierto control sobre lo que sucede en nuestros hogares. De hecho, no hay mejor manera de preparar nuestros ojos para ver la temporada que pasar unos días sumidos en la gratitud. Hay un aspecto purificador en la gratitud que es simplemente buena medicina —una práctica que nos prepara para mirar y ver.
Nuestra familia ha vivido en suburbios por casi quince años, y cuando llegan las fiestas, alrededor del 98% de nuestros vecinos ponen luces. Están las luces blancas cálidas, las multicolores, las parpadeantes, las que parecen estrellas titilando, las de los carámbanos que cuelgan de las canaletas, y —desde el año pasado— un espectáculo láser rotatorio. Además, puede haber un árbol de Navidad con adornos en una ventana del frente o un Santa Claus de tamaño real anclado en un tejado —todo varía dependiendo de las creencias o no creencias personales del vecino respecto a esta época del año.
Siempre me ha parecido interesante que casi todos intentan hacer su pequeña parte para que la temporada sea brillante. No soy filósofo, pero percibo que hay algo allí que debemos notar: las personas, religiosas o no, reconocen el dominio que la oscuridad tiene sobre nuestro mundo. Puede que no siempre podamos expresarlo con palabras, pero lo sentimos y tratamos de hacer algo al respecto.
Nosotros, como creyentes, podemos perdernos estos momentos si miramos sin ver. Sé que eso suena como una contradicción, pero en realidad no lo es. Alguien podría preguntar: “Oh, ¿quieres decir mirar con los ojos del corazón, verdad?”, y yo diría: “Bueno, quizás sí, supongo”. Pero de lo que realmente estoy hablando es de mirar y ver a través de los ojos en nuestra cabeza: nuestro sentido de la visión que Dios nos ha dado.
La temporada del Adviento exige una sensibilidad más profunda hacia la luz, y eso comienza con estar atentos a las luces que nos rodean —en nuestros vecindarios o complejos de apartamentos, las tiendas y negocios que visitamos, incluso en nuestros lugares de trabajo. Pero si nos detenemos allí, nos quedamos cortos. El desafío (en el buen sentido) es permitir que esas luces nos hagan detenernos y reflexionar sobre qué regalo es, en realidad, esta temporada. Y luego, dar gracias. En otras palabras, las luces pueden guiarnos a la adoración.
Oración: Padre de las luces, que nunca nos quedemos ciegos a las luces de esta temporada, y a todo lo que estamos tratando de decir cuando las colgamos. Que nunca nos quedemos ciegos a las personas que nos rodean, colgando o no luces. Haz que despertemos y seamos conscientes. Recuérdanos que llevamos en nuestras vidas la Luz que la oscuridad nunca podrá apagar. Amén.