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Fe sin complicaciones

Cómo el Señor Jesús simplifica a la perfección lo que nosotros complicamos

Jamie A. Hughes 1 de enero de 2022

Al principio, casi tenía miedo de moverme, sin confiar en que el equipo me evitaría caer a unos doce metros de altura sobre el suelo cubierto de mantillo. Pero una vez que comencé a hacerlo, descubrí que había una hermosa simplicidad en el recorrido de las altas cuerdas. En el aire, me deslizaba de unas plataforma a otra a través de una serie de puentes flojos y temblorosos; algunos hechos de madera o neumáticos, y otros construidos con nada más que cuerdas o redes. Cualesquiera que hayan sido mi tensión y mis preocupaciones, ya no tenían importancia. Todo lo que tenía que hacer era poner una mano y un pie delante del otro, dejando que el arnés que llevaba puesto y la cuerda colgante de seguridad me sostuvieran mientras caminaba hacia la nada. Durante la hora que estuve en el aire, no tuve que pensar en nada más que ir de una estación a otra. No había necesidad de meterme en política, de elegir con cuidado mis palabras o de hacer planes a largo plazo. 

Todo lo que tenía que hacer era poner una mano y un pie delante del otro, dejando que el arnés que llevaba puesto y la cuerda colgante de seguridad me sostuvieran mientras caminaba hacia la nada.

La palabra griega traducida como “colgar” o “suspender” es kremannumi, y se utiliza solo siete veces en el Nuevo Testamento (la mayoría de ellas en circunstancias bastante espantosas). Por ejemplo, en Mateo 18.6, el Señor Jesús dice a sus discípulos que si alguien hace pecar a un pequeño, “mejor le sería si se le colgara una piedra de molino y fuera arrojado a las profundidades del mar”. (No sé si a usted, pero ese es un pasaje de la Sagrada Escritura que a mí me hace estremecer cada vez que lo leo). Asimismo, después de que Pablo y Lucas se encuentran varados en la isla de Malta, el apóstol es mordido por una víbora, que cuelga de su mano, lo que lleva a los lugareños a creer que Pablo era un asesino que se enfrentaba a la justicia divina (Hechos 28.3, 4). Pero él sacudió la serpiente en el fuego y siguió con la tarea de recoger leña. ¡Nada que ver aquí, amigos!

Ilustración por Adam Cruft

Pero hay un uso de la palabra que no es tan sombrío. No se refiere a ataques de animales, ahogamientos o crucifixión, sino que es una fuente de gran esperanza y consuelo. En Mateo 22.34-40, cuando el Señor Jesús responde a la pregunta de los fariseos sobre el mandamiento más grande, utiliza palabras que muchos conocemos de memoria: “'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. 

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22.37-39). Y continúa en el versículo 40, diciendo que “de estos dos mandamientos dependen[cuelgan] toda la ley y los profetas” (énfasis añadido).
¡Qué maravilloso

Al igual que los fariseos, nosotros a veces hacemos que la fe sea tan complicada. Añadimos mandamientos no bíblicos y restricciones innecesarias; nos exigimos a nosotros mismos y a los demás un nivel irreal, e intentamos cumplir con lo que Pablo llamó “toda la ley”, y ser justificados por ella en lugar de serlo por la obra salvadora realizada en la cruz (Gálatas 5.3). Pero en este pasaje de Mateo, el Señor Jesús nos dice que muchos de nuestros intentos de santidad y de guardar las reglas, por muy bien intencionados que sean, son menos sustanciales que los hilos de una telaraña. Sí, cuando nuestros corazones y nuestras acciones están orientados hacia la santidad, nuestra obediencia será bendecida. (Véanse Mateo 22.15-22 y 1 Pedro 2.12-20). Sin embargo, es fácil enredarse en reglas y mandamientos no bíblicos, cosas que el Señor no quería ni espera de nosotros. Con unas pocas palabras sencillas, Él desenreda el asunto y nos dice lo que en realidad es necesario, en qué podemos confiar, incluso cuando no nos sintamos seguros. Sus palabras son las hermosas y resistentes cuerdas en las que podemos confiar que nos sostendrán, pase lo que pase. 

El Señor Jesús nos dice que muchos de nuestros intentos de santidad y de guardar las reglas, por muy bien intencionados que sean, son menos sustanciales que los hilos de una telaraña

En su prédica “Llevemos la luz“, el Dr. Stanley dice:

“Nosotros, como creyentes, nos identificamos con [el reino de] la luz. Y esa luz, en esencia, es sencillamente la verdad del evangelio salvador de Jesucristo. Es el mensaje de la verdad. Y esa verdad es que Dios –el único Dios eterno– envió al mundo a su Hijo unigénito, y por medio de su muerte [del Hijo] en el Calvario pagó nuestra deuda de pecado en su totalidad… Ese es el mensaje del evangelio. Esa es la verdad. Esa es la luz”.

Nosotros, como creyentes, nos identificamos con [el reino de] la luz. Y esa luz, en esencia, es sencillamente la verdad del evangelio salvador de Jesucristo.

Sí, nuestra fe está llena de misterios gloriosos, y hay mucho de ella que no podemos entender del todo por ahora. Sin embargo, como señala el Dr. Stanley con toda certeza, el mensaje central es el amor. La hermosura de su simpleza es tal que es lo bastante fácil como para que un niño lo entienda. No podíamos hacer nada para salvarnos a nosotros mismos, por lo que fuimos redimidos por amor mediante el sacrificio de Cristo. Como resultado, nos convertimos en suyos. Y para vivir en la verdad y la luz de ese regalo, ¿qué se requiere de nosotros? No un complicado conjunto de reglas y sacrificios. No hay que temer o temblar al borde de un abismo. Solo debemos hacer un par de cosas: amar al Señor nuestro Dios con cada fibra de nuestro ser, y amar a nuestro prójimo (sí, a todos ellos) como a nosotros mismos. 

Estas palabras, como las cuerdas de seguridad en las que yo confiaba para mantenerme firme cada vez que me deslizaba por un cielo azul claro, son fuertes y capaces de dar seguridad a cada creyente, hasta que lleguemos a la eternidad y agarremos la mano llena de cicatrices por los clavos de Aquel que nos dio la existencia.

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