A pesar de que el Señor Jesús no tenía un hogar propio, los relatos de los evangelios revelan su capacidad para hacer que los demás se sintieran como en casa en su presencia. Dondequiera que el Señor iba, les daba la bienvenida a la familia de Dios a aquellos con corazones abiertos y con “oídos para oír”.
Aunque Zaqueo era un recaudador de impuestos conocido por la extorsión, el Señor anuló su pecado con generosidad. De esta manera, Él demostró que la acogida verdadera no proviene de los recursos materiales, sino de un corazón que ve y sirve a los demás con el amor de Dios. “Date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa “, dijo el Señor mirando hacia el árbol donde el hombre se había trepado para ver mejor (Lc 19.5). Imagínese la sorpresa de Zaqueo al ver que el Señor Jesús lo buscó, a pesar de encontrarse en un lugar insólito; no importa cuán pequeños o desapercibidos nos sintamos, Dios nos ve y nos ama.
La acogida del Señor Jesús despertó en Zaqueo una generosa hospitalidad. Cuando mostramos a los demás que los vemos, y que Dios también los ve, sus corazones y vidas son transformados. Comprender y recibir la bienvenida que Dios nos da, no importa cuán grande sea nuestro pecado, nos permite extender esa misma acogida a los demás.
Biblia en un año: JOSUÉ 1-3