Las dificultades que enfrentamos provienen de una de tres fuentes. Algunas nos son enviadas por el Señor para probar nuestra fe, otras son el resultado de los ataques de Satanás, y otras se deben a nuestras propias decisiones pecaminosas. ¿Cuál de estas tres causas es para usted la más difícil de soportar?
La mayoría de nosotros diría que es la última, porque no tenemos a nadie a quien culpar sino a nosotros mismos. Después de todo, la Palabra de Dios dice que cosecharemos lo que hayamos sembrado (Ga 6.7), por lo que no vemos más que una cosecha dolorosa por delante. Esta mentalidad no tiene en cuenta la capacidad redentora del Señor. Él nunca promete eliminar las consecuencias del pecado, pero puede usar nuestros fracasos para enseñarnos a temerle y obedecerlo.
A menudo Dios utiliza nuestros propios errores como herramientas para llamar nuestra atención. Él no permitirá que sus hijos salgamos victoriosos del pecado, porque sabe que eso nos privaría de bendiciones, oportunidades y refinamiento del carácter.
Por más dolorosa que pueda ser su situación, agradézcale al Padre celestial por enviarle su amorosa disciplina. Cuando aprendemos de la experiencia, las cicatrices del pecado pueden restaurarnos y acercarnos a Dios.
Biblia en un año: JEREMÍAS 9-11