Hoy es Sábado Santo o Sábado de Gloria. Los acontecimientos del Viernes Santo —el juicio, la flagelación, la crucifixión y las señales y prodigios que siguieron— han concluido (Mt 27.33-54). Ahora, en lugar de todo eso, está el silencio. Los que presenciaron estos acontecimientos deben haberse sentido desesperanzados. El Señor Jesús, Aquel a quien amaban y que los había amado tanto estaba en una tumba.
Pero no por mucho tiempo. El domingo por la mañana temprano, dos mujeres inconsolables fueron a terminar la preparación de la sepultura del Señor, que había quedado inconclusa a causa del sábado. En un instante, su luto se transformó en gozo. Un ángel las saludó, diciendo: “No está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo” (Mt 28.6).
Olvidada su tarea original, las mujeres corrieron a decírselo a los discípulos. Y en el camino vieron al Mesías, ¡como si el Señor Jesús nunca se hubiera ido! Allí estaba Él, respirando y sonriendo y muy vivo, con las cicatrices de su pasión.
Mañana, la alegría de ellas será la nuestra al celebrar la resurrección de Cristo. Mañana cantaremos de su triunfo sobre el pecado y la tumba. Pero hoy, enfoquemos nuestro corazón y nuestra mente en lo que ocurrió detrás de esa pesada piedra, y recordemos que eso se cumplió por nosotros.
Biblia en un año: 2 Samuel 13-14