¿Cuántos de nosotros nos hemos abstenido de perdonar porque la otra persona nunca se disculpó por un agravio? Podemos pensar que eso castiga al causante de la ofensa. Pero no perdonar nos destruye a nosotros y también afecta a otros.
Cuando alguien nos hace daño, podemos pensar que esa persona no merece el perdón, pero nosotros tampoco merecemos el sacrificio de Cristo en la cruz. Por eso, Él nos llama a seguir su ejemplo de extender gracia (Ef 4.32).
La crucifixión fue lenta y dolorosa, pero el peor tormento del Señor Jesús ocurrió cuando el pecado del mundo fue puesto sobre Él y su Padre le dio la espalda (Mt 27.46). Aun así, mientras la muchedumbre echaba suertes sobre sus vestiduras, Cristo nos dio el mejor ejemplo posible de perdón al decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23.34). Es posible que otros no conozcan el dolor que hay en la vida de usted, pero tenga la seguridad de que Jesucristo sí lo conoce. Por su amor infinito y su bondad, Él le ayudará a superar el dolor, la ira y el resentimiento.
El perdón es una decisión, un acto de servicio a Dios y un paso necesario en nuestra sanación. Él quiere que renunciemos al “derecho” de castigar a quienes nos lastimaron, aunque sea un cambio de mentalidad que tenga lugar solo en nuestro corazón.
Biblia en un año: PROVERBIOS 13-15
