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La posibilidad de tener paz

Una de las cosas más difíciles de tener en el mundo se consigue gratuitamente en Cristo.

Charles F. Stanley 1 de febrero de 2016

¿Alguna vez ha notado que algunas personas parecen estar mejor que usted? Sus vidas se ven tranquilas y felices, mientras que la suya parece estar llena de tensión y problemas. Quizás esto no le parezca justo, hasta que deja de pensar que usted está viendo solamente el aspecto exterior de esas personas. Nadie puede saber lo que realmente está pasando en la vida de alguien más.

Creer en Cristo no nos exime de dificultades. No se nos ha prometido una vida libre de molestias y sinsabores, pero Cristo sí nos promete la paz en medio de cualquier situación (Jn 16.33). Con mucha frecuencia, pensamos que un cambio de circunstancias nos dará la felicidad. Creemos que si tuviéramos mejores empleos, más dinero, o vacaciones más largas, nuestras dificultades se acabarían.

Esta es la receta del mundo para la ansiedad, pero ella solo ofrece un alivio temporal. La paz de Cristo, por el contrario, no depende de las circunstancias, porque se basa en una relación con Él. En otras palabras, es posible tener un espíritu sereno y tranquilo en los malos tiempos, aun cuando nuestro mundo esté cayéndose a pedazos.

Eso fue exactamente lo que experimentaron los discípulos de Cristo cuando Él fue crucificado. Todas sus esperanzas, sueños y expectativas se vinieron abajo. Pero la noche antes de que todo esto sucediera, Jesús les dio consuelo por medio de estas palabras: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27). Cuando las circunstancias estaban en su peor momento, les ofreció lo único que necesitaban para salir adelante —algo que nunca podría ser destruido o quitado.

Lo que promete Dios, Él lo da. No hay ninguna garantía de que todo saldrá como queremos en la vida, pero podemos contar con que Cristo hizo todo lo necesario para que estemos seguros de que podemos vivir con su paz constante en todas las cosas.

Lo primero que el Señor Jesús logró para nosotros fue la reconciliación con el Padre celestial. Por causa del pecado, todo ser humano nace separado de Él. Pero el Señor Jesús pagó el castigo; quienes creen en Él son justificados —declarados inocentes (Ro 5.1). En vez de ser enemigos de Dios, nos convertimos en sus hijos.

En segundo lugar, el Señor Jesucristo nos da paz interior. No tenemos la capacidad de desarrollarla, pero por medio de nuestra relación con Él, puede convertirse en una realidad en nuestra vida. Jesús equipara nuestra conexión con Él a la que tiene una rama que está unida a la vid (Jn 15.5). Cuando fuimos salvos, iniciamos esta unión vital con Cristo. Ahora, su vida fluye a través de nosotros como la savia por la rama.

Es posible tener un espíritu sereno y tranquilo en los malos tiempos, aun cuando nuestro mundo esté cayéndose a pedazos.

Gracias a la fortalecedora presencia del Espíritu, podemos tener paz y gozo en medio de situaciones difíciles y angustiosas de la vida. Esto no significa que siempre estaremos alegres, pero nuestra confianza en Cristo nos permite regocijarnos en Él y ser libres de la ansiedad, cuando le traemos nuestras preocupaciones en oración y con acción de gracias (Fil 4.4-7). El resultado es la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, y guarda nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús (v. 7).

En tercer lugar, nuestra unión vital con el Señor hace posible que tengamos paz con los demás. A medida que su Espíritu fluye por medio nuestro, Él produce en nosotros su fruto de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Ga 5.22, 23). Estas cualidades son los elementos fundamentales que Dios nos da para tener una buena relación con los demás. Aunque seamos tratados mal, rechazados o insultados, podemos tener un corazón tranquilo.

¿Por qué perdemos la paz?

Puesto que el Señor Jesús nos da todo lo que necesitamos, ¿por qué seguimos luchando con la ansiedad? Clamamos a Dios en medio del dolor, la confusión o la dificultad, pero cuanto más oramos al respecto, más ansiosos nos volvemos. ¿Qué nos impide experimentar la paz que Cristo quiere darnos?

El pecado

La ansiedad acompaña siempre la desobediencia a Dios. Si hay algo en nuestra vida que no debe estar allí (un hábito, relación, actitud, pertenencia o práctica), nunca experimentamos la paz de Cristo hasta que lo enfrentemos. Algunas veces tratamos de arreglar la situación, pero terminamos prolongando nuestro malestar, porque nuestro Padre celestial nos disciplina hasta que, finalmente, confesemos muestro pecado y nos arrepintamos (He 12.7-10). La paz vuelve cuando nuestra relación con Él es restaurada.

En vez de concentrarnos en nuestro problema, debemos recordar quién es nuestro Dios.

El enfoque

La primera manera de perder la paz es enfocándonos en las preocupaciones del mañana. Cuando mi enfoque cambia del Señor a las responsabilidades del día, la semana o el mes siguientes, mis problemas se ven más grandes y Dios más pequeño. Jesús dijo algo muy parecido en el Sermón del monte. Después de decirnos que busquemos primero el reino de Dios, y que confiemos en que Él dará respuesta a todas nuestras necesidades, hizo una importante pregunta: “¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?” (Mt 6.27 NVI).

La duda

También podemos perder nuestra paz si empezamos a dudar de que el Señor hará lo que ha prometido. Quizás una de nuestras principales áreas de duda sean las finanzas. Jesús nos dijo que confiemos en Dios, y que no tengamos ansiedad por nuestras necesidades materiales (Mt 6.25-33), pero a veces nos preguntamos: ¿Vendrá Él en mi ayuda? Entonces nuestra mente comienza a acelerarse pensando en los “quizás”, y tratamos de buscar nuestra propia solución. Pero en vez de enfocarnos en el problema que tenemos, debemos recordar quién es nuestro Dios. Isaías 26.3, 4 dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. Cuando nuestro enfoque cambia a la fidelidad de Dios es mucho más difícil preocuparse por las cosas de esta vida.

Si usted ha pensado que la paz solo es posible para aquellas personas que tienen una vida sin problemas, bien ordenada y sin complicaciones, el mensaje de Cristo es una buena noticia. No importa qué tan caótica parezca su vida, la paz del Señor está al alcance de cualquiera que ponga su fe en Él para ser salvo, se enfoque en Él y en su Palabra en vez de las circunstancias, y le siga obedientemente. Es así de sencillo: tenga fe, enfoque y obediencia.

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