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La respuesta para todo

El Dios que nos ordena obedecerle, es también fiel para enseñarnos a obedecerlo.

Charles F. Stanley

Los domingos, después de predicar, suelo saludar a los visitantes de la iglesia. La pregunta que me hacen con más frecuencia es: “En mi situación, ¿cómo puedo tomar una decisión sabia?”. Las circunstancias varían de persona a persona, pero hay un punto en común: todas quieren tomar la decisión correcta. Por lo general, vienen con la esperanza de que pueda ayudarles a encontrar una solución. Siempre les digo que no tengo respuestas rápidas, pero puedo ofrecerles un buen consejo: Familiarícese con la mente de Dios.

Collage por Adam Hale

El primer paso para tomar decisiones sabias es entender quién es Dios, y lo que Él ha prometido. Algunos cristianos piensan que el Señor está en el cielo jugando a las escondidas con su voluntad para nuestra vida, como si estuviera tratando de dificultar que descifremos cuál es la decisión acertada. Pero esa percepción de Dios no encaja con su carácter, tal como es revelado en las Sagradas Escrituras. En el Salmo 32.8, el Señor hace esta promesa a sus hijos: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. Como seguidores de Cristo, podemos esperar con certeza su dirección clara para cada situación en la vida.

La Biblia está llena de ejemplos del Señor guiando a su pueblo: Abraham recibió instrucciones de abandonar su país para ir a una tierra que el Señor le mostraría (Génesis 12.1); Moisés recibió mandamientos muy claros en la zarza ardiente, al ser encargado de liderar a los israelitas (Éxodo 3); y en el Nuevo Testamento, el Señor reveló la ubicación exacta del Saulo ciego, para que Ananías pudiera ser usado para ir a restaurarle la vista (Hechos 9.10-18). Aunque sería poco probable que oyéramos a Dios de la misma manera hoy en día, estos ejemplos demuestran que Él se ha comprometido a guiar la vida de sus hijos.

Hoy, el Señor nos habla a través de su Palabra escrita. A veces, queremos la dirección de Dios en cuanto a algún asunto, pero no estamos dispuestos a aprender lo que Él ya nos ha dicho en su Palabra. Sin embargo, esa es la fuente que debemos consultar. Aunque es posible que la Biblia no ofrezca una respuesta directa a nuestra pregunta específica, contiene muchos principios y ejemplos que pueden guiarnos. Con eso en mente, debemos tener cuidado de no forzar un pasaje bíblico para que encaje en nuestra situación con el fin de justificar lo que deseamos.

Es esencial que sepamos lo que Dios ha dicho en su Palabra, porque si andamos en transgresión directa de uno de sus mandamientos, no podemos esperar que Él lo pase por alto y nos guíe en otro aspecto. La Palabra de Dios es como un fuego que quema la escoria inútil en nuestra vida, para que podamos estar en una posición en la cual Él responda nuestras oraciones. Cuando llenamos nuestras mentes con su verdad, el Señor cambia nuestros pensamientos para alinearlos con los suyos, y de esa manera poder discernir con más claridad lo que quiere que hagamos. Entonces, podremos orar con confianza, sabiendo que Dios promete hacer lo que pidamos si ello está de acuerdo con su voluntad (1 Juan 5.14, 15).

El Espíritu Santo es nuestro Guía. Jesús prometió enviar a un Ayudador, diciendo: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16.13). El Espíritu Santo no solo interpreta la Palabra de Dios para nosotros; también remuerde nuestra conciencia cuando vamos en dirección equivocada, y nos da una sensación de paz cuando vamos por buen camino. Cada vez que obedecemos los impulsos del Espíritu, Él agudiza nuestra conciencia y nuestra percepción para sintonizarnos más con su guía.

Especialmente necesitamos la dirección del Espíritu Santo cuando la decisión no se trata de que sea buena o mala. Por ejemplo, hace unos años yo iba en una dirección que me parecía correcta, y que creía que era la voluntad de Dios. Sin embargo, de vez en cuando sentía un poco de inquietud. Por estar bastante avanzado en el proceso, seguí adelante, pero cada día la inquietud aumentaba, hasta que abandoné el plan. Aunque parecía ser el rumbo correcto, el Espíritu me advertía que o no era el propósito de Dios, o no era el momento adecuado.

Para recibir la instrucción clara de Dios, debemos tener cuidado con las trampas. A veces nuestros deseos son un obstáculo. Supongamos que algo en una tienda o en Internet parece muy atractivo. Se imagina lo maravilloso que sería poseer tal cosa, y cuanto más domine eso sus pensamientos, mayor será su deseo de tenerla. Al cabo de un tiempo, ni siquiera podremos escuchar la voz del Espíritu, porque nuestra mente y nuestro corazón ya habrán tomado la decisión. La solución es llevar ese deseo a un punto de neutralidad, entregándolo al Señor. Cuanto más se desprenda de ese deseo, más débil será el dominio que ejerce sobre usted, hasta que vuelva a desear lo que Dios quiere.

Tenga cuidado con la impaciencia. Cuando una decisión parece urgente, queremos que Dios nos dé una respuesta de inmediato. Podemos orar en cuanto al asunto, pero si el Señor no responde con suficiente premura, tomamos el asunto en nuestras propias manos. ¿Quién sabe cuántas personas se han apresurado a casarse porque pensaron que era su única oportunidad, o se sintieron presionadas para comprar un automóvil o una casa, porque la oferta solo era por poco tiempo? El problema con la impaciencia es que puede hacer que nos adelantemos a los planes de Dios.

La paciencia requiere que hagamos una pausa hasta que recibamos más instrucciones del Señor. Esto puede ser especialmente difícil cuando seguimos sintiendo presión para resolver un asunto. El Salmo 27.14 dice: “Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová”. Mantenernos solos en la brecha mientras esperamos la clara guía de Dios requiere valentía, sobre todo cuando otras personas nos están presionando para que tomemos una decisión rápidamente. Al decidir esperar, es probable que seamos malinterpretados por aquellos que no entienden cómo trabaja el Señor.

También debemos evitar confiar solamente en el consejo de los demás. Aunque la Biblia recomienda que escuchemos el consejo sabio y piadoso (Proverbios 19.20), no debemos hacer que esto se convierta en un sustituto de la guía personal del Señor. A veces Él trabaja por medio de otras personas para dirigir nuestro camino, pero en última instancia, Dios es quien conoce todos los aspectos de la situación. Por lo tanto, Dios es el único Consejero que nunca nos desviará.

Qué consolador es saber que no fuimos dejados en este mundo para arreglárnoslas solos. Como cristianos, podemos confiar en la guía divina en cada situación. Cuando tomamos decisiones, la clave de la paz es la confianza en Dios. Incluso si nuestras oraciones no están siendo contestadas rápidamente, tenemos confianza en que el Señor sabe lo que es mejor, y Él hará claro el camino en el momento propicio.

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