Ayer vimos cómo entendía Pablo la tremenda responsabilidad de que se le hubiera confiado el evangelio. Sabiendo que un día tendría que rendir cuentas al Señor de cómo llevó a cabo su llamado, el apóstol estuvo dispuesto a sufrir por causa de Cristo para cumplir la tarea. Como creyentes, nosotros también tenemos la obligación de compartir el evangelio con quienes Dios traiga a nuestra vida. Y sería prudente considerar cuál es nuestro nivel de compromiso.
Pablo se sentía obligado a hablar sobre el Salvador. De hecho, dijo: “Ay de mí si no anunciare el evangelio” (1 Co 9.16). Sin que le importara cómo era tratado, no se avergonzaba del mensaje de Cristo, por lo cual seguía advirtiendo a los incrédulos sobre las consecuencias eternas de ignorar el misericordioso ofrecimiento de salvación del Señor.
Es posible que no queramos advertir a las personas sobre el juicio de Dios, por temor a alejarlas de Él. Pero, en realidad, las personas que viven en la oscuridad espiritual ya están lejos del Señor y necesitan escuchar su ofrecimiento de perdón. Pablo estuvo incluso dispuesto a morir para difundir el mensaje. Si nos dejamos impulsar por su ejemplo, descubriremos una valentía repentina para compartir nuestra fe.
Biblia en un año: Colosenses 1-4