¿Puede el duelo ser un acto de adoración? Consideremos el pasaje de hoy sobre Nehemías, un israelita que sirvió como copero del rey de Babilonia. Nehemías se sentó y lloró durante días cuando supo que los muros de Jerusalén habían sido destruidos, dejando a su pueblo indefenso. Sin embargo, sus lágrimas no fueron solo una expresión de tristeza. Por medio del llanto, el ayuno y la oración, Nehemías permitió que su angustia lo acercara más a Dios.
Derramar lágrimas por lo que se había perdido, al expresar su dolor, fue un componente esencial de la manera en que Nehemías buscó a Dios en oración. Su intensa demostración de dolor era una afirmación de su fe en que solo Dios era capaz de restaurar a Jerusalén y a su pueblo su antigua gloria. Mientras oraba, Nehemías le recordó a Dios su promesa de reunir a los exiliados y habitar de manera permanente entre su pueblo (Neh 1.8, 9).
Como cristianos, a veces podemos interpretar la manifestación de dolor de otra persona como falta de fe. ¿Por qué llora —podríamos preguntarnos— si realmente confía en Dios? Pero el ejemplo de Nehemías nos muestra que lamentarnos por lo que hemos perdido puede ser un acto de adoración. Cuando sufrimos, Dios nos invita a aferrarnos a sus promesas y a ofrecerle nuestras lágrimas como devoción, incluso si ellas son lo único que nos queda.
Biblia en un año: 1 CRÓNICAS 7-9