La salvación es un regalo de Dios, recibido por medio de la fe en Jesucristo, cuyo sacrificio aseguró por completo nuestro perdón y reconciliación con Él. No podemos añadir nada para merecerla; solo debemos creer. Sin embargo, después de recibirla, enfrentamos una decisión: ¿seguiremos a Cristo o viviremos según nuestros propios deseos? Si reducimos nuestra vida de fe a solo asistir a la iglesia, nos perderemos la mayor aventura que Dios tiene para nosotros.
El Señor nunca prometió que seguirlo sería fácil (Mt 24.9). Desde el principio, dejó claro que ser su discípulo implicaría abnegación, sacrificio y sufrimiento. Seguir a Cristo significa dejar de vivir para nosotros mismos y permitir que Él dirija nuestra vida. Renunciamos a nuestros propios deseos para someternos a su voluntad, aun cuando sea difícil o vaya en contra de lo que preferimos. Si no reconocemos cuán bueno, amoroso y sabio es Dios, su voluntad puede parecernos intimidante o incluso irracional.
Quienes se niegan a sí mismos para seguir a Cristo no pierden nada, al contrario, lo ganan todo. Aun en el sufrimiento, Él da paz y gozo que trascienden las circunstancias. ¿Busca usted la dirección del Señor o la suya? Sus palabras y acciones revelan quién gobierna su vida.
BIBLIA EN UN AÑO: 2 CORINTIOS 1-4