La mente humana es una asombrosa creación de Dios. Nada puede igualar sus capacidades o su creatividad. Genera sentimientos, pensamientos, palabras, actitudes y comportamientos: lo que llegamos a ser y lo que logramos se debe en gran parte a cómo y qué pensamos. Entonces, ¿no tiene sentido dejar que Aquel que nos creó guíe nuestro proceso mental?
Para ello, necesitamos alinear nuestra mente con la Palabra de Dios y permitir que su Espíritu influya en nosotros. A medida que esto sucede, Dios nos da discernimiento, capacitándonos para mirar más allá de la superficie y ver las situaciones como realmente son; en otras palabras, como Él las ve. Entonces podemos distinguir no solo entre lo correcto y lo incorrecto, sino también entre lo bueno y lo mejor.
Sin embargo, ese pensamiento lúcido y enfocado no surge por casualidad. Debemos elegirlo intencionalmente y mantenerlo con diligencia. Así que, consideremos con mucho cuidado lo que permitimos que entre en nuestra mente. Pregúntese: ¿Esto me está ayudando a convertirme en la persona que Dios quiere que sea, o está obstaculizando el proceso?
Aunque tenemos la responsabilidad de participar en la transformación, una mente renovada procede en última instancia del Señor. El verdadero cambio requiere total dependencia de Él, no de nuestro dinamismo y habilidades.
Biblia en un año: Salmos 71-75