Saltar al contenido principal
Artículo Destacado

Cómo alentar más allá de las palabras

Nunca subestimemos el poder de la presencia

Charity Singleton Craig 18 de noviembre de 2022

Allí estaba yo, en la costa del sur de Maine, y con una nostalgia desesperante. Era el verano entre mi segundo y tercer año de la universidad, y me había unido a un grupo ministerial que hacía trabajo de evangelización en la playa. Además de los desafíos habituales del trabajo en equipo, no me era fácil estar lejos de mi familia; era la primera vez. Después de un tiempo, lo único en lo que podía pensar era en volver a casa.

Ilustración por Adam Cruft

Mamá y papá estaban más que dispuestos a ayudar, pero sentían con razón que abandonar a mi equipo me dejaría más desanimada de lo que lo haría soportar el verano. Así que, en vez de pagarme el boleto de regreso a casa, mamá se compró uno de ida y vuelta para visitarme.

Durante la semana que pasamos juntas no hubo ningún cambio en mis circunstancias. Las mismas frustraciones seguían ahí, pero la presencia de mamá me dio ánimo. Me recordó por qué había viajado yo a Maine en primer lugar, y me ayudó a poner en perspectiva las semanas restantes de mi ministerio.

En 2 Corintios 7.5-7, el apóstol Pablo habla de una visita por igual alentadora que tuvo la bendición de recibir. Durante su segundo viaje misionero, cuando él y Silas se encontraban en Troas, en el extremo noroccidental de Asia Menor, Pablo tuvo una visión de un hombre que le decía: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hechos 16.6-10). Creyendo que Dios los llamaba a esta nueva región, se dirigieron de inmediato en esa dirección.

En Macedonia, Pablo y Silas encontraron a una audiencia ansiosa por escuchar el evangelio. Sin embargo, las circunstancias no tardaron en volverse trágicas. Los dos hombres fueron arrestados en Filipos (Hechos 16.16-21) y más tarde fueron atacados por una turba en Tesalónica (Hechos 17.1-9). Pablo estaba cada vez más cansado. “Ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados”. Y no estaba lidiando solo con “conflictos de fuera”, sino también con los “temores de dentro” (2 Corintios 7.5). Los problemas durante su tiempo en Macedonia eran incesantes. Pero en medio de toda esta confusión, “Dios, que consuela a los abatidos, nos consoló con la llegada de Tito”, escribe Pablo (2 Corintios 7.6 NVI).

Los peligros de la vida cotidiana en el Imperio romano del primer siglo eran inevitables. Pero, lo que Pablo necesitaba no era un alivio de su situación, sino un recordatorio de su llamamiento. 

Por supuesto, era poco lo que Tito podía hacer para cambiar las circunstancias de Pablo. Los peligros de la vida cotidiana en el Imperio romano del primer siglo eran inevitables. Pero lo que Pablo necesitaba no era un alivio de su situación, sino un recordatorio de su llamamiento. Ver a Tito, a quien Pablo consideraba un “verdadero hijo en la común fe” (Tito 1.4), ayudó al apóstol a recordar por qué estaba soportando las dificultades por predicar el evangelio.

El estímulo de Tito tuvo además una dimensión adicional: Él mismo acababa de recibir el mismo consuelo durante su visita a Corinto. Cuando Tito al fin y al cabo se encontró con Pablo, vino renovado y con un mensaje sobre el “anhelo, la profunda tristeza y la honda preocupación” de la iglesia de Corinto (2 Corintios 7.7 NVI) por el apóstol. Es como lo que Pablo describió con anterioridad en su carta a los Corintios: El Señor “nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1.4).

En su misericordia, Dios envió a Tito a Pablo en Macedonia —y a mamá a mí en Maine— para transmitir el ánimo que Él les había encomendado. Y el Señor nos llama a hacer lo mismo por aquellos que conocemos que enfrentan el desánimo. A veces, eso significa ofrecer una ayuda tangible: Llevamos comida, cortamos el césped, nos ofrecemos a transportar a alguien en nuestro automóvil. Otras veces, basta con estar presentes. Somos la cara en la audiencia, tenemos un asiento en la mesa, ocupamos una silla junto a la cama. Y siempre con el conocimiento de que Dios nos ha dado y nos dará el mismo consuelo a través de otros cuando lo necesitemos.

Más Artículos