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La gran historia de su sufrimiento

¿Qué está usted dispuesto a enfrentar para conocer más plenamente el amor de Dios?

Matt Woodley 19 de marzo de 2023

El domingo 21 de agosto de 2022, prediqué un sermón sobre el sufrimiento basado en Isaías 43. A las 5:30 p.m. del día siguiente, mi vida se hundió en una temporada de sufrimiento.

Ilustración por Adam Cruft

Mientras volvía a casa desde el trabajo, una tarde tranquila y e iluminada por el sol a 80° F en Chicago, mi teléfono sonó con un número que no reconocí. Contesté de todos modos.

“¿Es usted Matt Woodley?” 

“Sí”.

“Soy el Dr. Z”. 

“Sí, está bien”.

“Parece que usted está conduciendo. ¿Puede detenerse para que podamos hablar?” 

“Seguro”.

Me detuve. Solo recuerdo una retahíla de frases del Dr. Z: “Su endoscopia de rutina... un tumor en el esófago... biopsia... canceroso”. 

“Espere, Dr. Z, ¿está usted diciendo que tengo cáncer de esófago?”. 

“Sí”.

Silencio. 

“Matt, prepárate para despejar tu calendario. Tendrás un montón de citas”. 

Primero, se lo dije a mis cuatro hijos adultos. Eso fue brutal. Mi hija, la mayor, pastora de alabanza y madre con cuatro hijos, me tomó de las manos, me miró a los ojos y lloró. Un amigo que había sobrevivido al cáncer de colon en fase 4 me dijo: “Hagas lo que hagas, no lo busques en Google”. Yo no lo necesitaba. Podía escuchar el miedo en las voces de las personas, especialmente en la de mi hijo mayor, un médico de urgencias que más tarde me dijo que sabía demasiado sobre las tasas de supervivencia de cinco años del cáncer de esófago. Cuando parecía demasiado despreocupado por mi plan de tratamiento, Matt me reprendió (como yo había reprendido a menudo a mis hijos): “¡Papá, tienes que tomarte esto en serio!”

El pueblo de Dios conocía el sufrimiento, pero nunca imaginé que mi vida también se tambalearía en el abismo de la angustia. 

En mi sermón, dije: “El sufrimiento afecta a ricos y pobres, viejos y jóvenes. Nadie está exento. Todo el mundo es vulnerable”. Describí al pueblo de Dios de la época de Isaías: conquistado por un ejército extranjero, se vieron obligados a emprender un peligroso viaje a través de los ríos y al exilio mientras sus ciudades ardían en llamas. Conocían el sufrimiento, pero nunca imaginé que mi vida también se tambalearía en el abismo de la angustia.
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El martes a las 9 de la mañana (el día después de la llamada del Dr. Z.), me reuní con el Dr. D., mi oncólogo, un cuarentón delgado y de voz suave que vestía calcetines azules brillantes de los Chicago Cubs. Describió metódicamente los pasos a seguir: una tomografía computarizada, una tomografía por emisión de positrones y una resección endoscópica de la mucosa, es decir, la inserción de un tubo flexible en la base del esófago para intentar extirpar el tumor.

Cuando se lo conté a mis amigos y luego a toda la iglesia, docenas de personas me dijeron algo así como: “¿No le parece providencial que acabe de predicar ese sermón sobre encontrar la esperanza de Dios en el sufrimiento?” Es cierto, pero esta vez estaba predicando el evangelio a mi propio corazón.

Una vez más, leí los versículos 1 al 5: “No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo... Cuando camines por el fuego, no te abrasarán las llamas… Porque te amo y eres antes mis ojos precioso y digno de honra…” (Isaías 43 NVI).

Esta vez estaba predicando el evangelio a mi propio corazón. 

Había leído esas palabras por primera vez cuando era un estudiante del primer ciclo de la escuela secundaria, un seguidor nuevo del Señor Jesús que luchaba contra la depresión, la vergüenza y los pensamientos suicidas. Todavía conservo esa vieja Biblia hecha jirones con los versículos 3 y 4 subrayados con líneas rectas de tinta azul. En aquel entonces, me aferré a esas palabras, y el Santo de Israel se convirtió en mi Salvador. Ahora, 45 años después, las palabras han vuelto a mí, como amigos perdidos de un viaje épico casi olvidado. 

El lenguaje de Isaías 43 es profundamente tierno y personal. “No temas... tú eres mío... te amo... eres precioso y digno de honra”. ¿Quién habla de esa manera? Los padres se lo susurran a sus hijos: “Tú eres mi hijo”. Los esposos y las esposas, sobre todo los recién casados, se susurran al oído: “Eres mía/mío”.
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Ese lunes por la noche, después del diagnóstico, Satanás susurró otras palabras a mi corazón: miedo, dolor, silencio de Dios, muerte. Tuve una pesadilla: un médico me abría el pecho y pronunciaba solemnemente: “Cáncer por todas partes. Cósanlo”. Apenas dormí.

Pero el martes por la mañana, el Señor comenzó a susurrarme al oído sus promesas de Isaías 43. A través de la avalancha de pruebas, citas y procedimientos, memorizaba esas palabras. Saboreaba esas palabras. Personas que conocía y que no conocía de todo el mundo oraron esas promesas sobre mis temores. 

El Señor comenzó a susurrarme al oído sus promesas de Isaías 43. 

Luego, quince días después del diagnóstico inicial, el Dr. D. dejó un mensaje diciendo que me llamaría a las 2:30 p.m. Él parecía más animado de lo habitual. Cuando me hizo la llamada, garabateé sin aliento sus palabras en un pedazo de papel: “Etapa temprana 1A, no se observan células tumorales, nada de quimio ni de radiación, libre de cáncer”.

La buena noticia me sorprendió tanto como el diagnóstico inicial. Pero esta breve temporada de sufrimiento también me hizo sentir más frágil. El sufrimiento puede desgarrar a cualquiera en cualquier momento. De repente, me sentí más frágil, vulnerable y efímero.

Si el sufrimiento regresa, ¿entonces qué, Señor? Yo sabía lo que Él diría: “Te traje a través de las aguas de la depresión cuando tenías 17 años. Te guié a través del fuego del cáncer cuando tenías 63 años. Un día te llevaré a través de la inundación de la muerte misma. No temas, porque yo estoy contigo. Eres precioso a mis ojos, y te amo”. Eso es todo lo que necesito escuchar.

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